Galicia, tierra de cepas y vinos

Antonio Portela

Hay un país de territorios peinados por el Atlántico, país de mil ríos con sus mil valles multiplicados por laderas y vertientes vertiginosas o colinas ondulantes como una caricia, país abrazado por la brisa oceánica que se extiende sobrevolando todos estos microespacios encepados de castas de nombres cariñosas, castas que poblaron desde el tiempo de nuestros ancestros los hogares de las orillas marinas y de las riberas sobrecogidas,  habitando microviñedos iluminados por la luz del crepúsculo atlántico. Castas melancólicas y morriñentas que hablan nuestro idioma con la lírica del paisaje que solo ellas saben expresar, apegadas  a tierras que manifiestan la esencia de su identidad a través de su sonido.

Galicia de los vinos, tierra para soñar, para crear, para dejarse llevar. Una larga historia vitivinícola que se debe recuperar para darle aún más valor a ese potencial escondido que está despertando.

Esta fase creativa, instintiva y de recuperación de un gusto más antiguo, con más carácter, o más profundo, en la que nos encontramos fue precedida de otra, por ejemplo en los inicios de la denominación de origen Rías Baixas, que priorizaba el  alejamiento radical de los vinos caseros, mayoritariamente defectuosos en aquellas años, iniciando el camino de una excesiva intervención en los procesos de elaboración, dando como resultado una uniformidad de los vinos de las diferentes subzonas y un gusto más globalizado en todas las denominaciones del país. La viticultura siguió la misma senda profundizando en las técnicas agrícolas convencionales más extensivas y productivistas , intensificando la contaminación y la pobreza de los suelos con los métodos empleados.

Pero volvemos al origen, y no tiene vuelta atrás. Nada nuevo en el mundo del vino, algo parecido pasó en Borgoña: en 1985 la situación era bien diferente a la de hoy,  en aquel momento todos los factores económicos y sociales favorecían muestras de dispendio varias como por ejemplo la adquisición de grandes vinos. Entre ellos todos los afamados borgoñones que podamos citar o imaginar. Pero estos vinos comprados para durar “toda la vida” a las primeras de cambio se vinieron abajo.  Los bebedores más impacientes fueron los primeros en darse cuenta y por supuesto en anunciarlo. En apenas tres años  esos grandes vinos aparecían apagados cromáticamente, envejecidos aromáticamente y cansinos en su paso por la boca. El efecto de este impacto es fácilmente imaginable: pérdida de prestigio y fulgurante caída de las ventas, y la pregunta también evidente: ¿donde estaba el archifamoso “terroir”  y los reconocidos “climats” de Borgoña?.

Los culpables no fueron los lunáticos y románticos defensores de lo natural y de la autenticidad o de lo tradicional. Algunos técnicos y burócratas, o ambas cosas a la vez, fueron los que guiaron y asfaltaron con brea el sendero gracias a sus consejos: rendimientos productivos “record”/ fertilización en abundancia / tratamientos a discreción / fitosanitarios en dosis “in crescendo” o con nuevos productos cada vez más potentes…toneladas de productos cada vez más agresivos para el medio, para los acuíferos y para la salud de las personas , de nuestras tierras, viñedos y viviendas que comparten los mismos espacios. Son el armamento y las técnicas de las que disponen los que están convencidos  que poseen la verdad de lo que es un vino, de los patrones estandarizados por ellos mismos de lo que debe ser un vino, los otros llevan alguno o todos los defectos del mundo.

La consecuencia del impacto anterior en Borgoña fue la “revolución verde” que permitiría la vuelta de sus mejores vinos a la cumbre. Realmente la mayoría no decidió producir “en biológico”… acabaron por llegar paso a paso y con sentido común.

En Borgoña el alma de la labor pertenece a la conciencia colectiva. Durante generaciones se daba mucha importancia a la observación del medio, a la experiencia: se cortaba, se araba, se cultivaba, pero no se intervenía, a no ser de manera curativa. La planta combatía sola, volviéndose resistente o no sobrevivía. En Borgoña es donde se da la relación más personal del hombre con la historia, la tierra y el clima, lo técnico no existió, lo que valía era el hombre que hacía las cosas con gusto.

En Galicia volvemos al origen, a la viña, a la grandeza de lo auténtico, a los matices que definen las singularidades , a la fidelidad a la vocación de una tierra, de su clima, de su cultura, a la expresión más natural de los microuniversos que tenemos ante las narices.

Estamos en un momento apasionante, algo de ello sospechábamos , pero lo mejor de todo es lo que nos traerá el futuro. Somos capaces de intuir las claves que nos llevarán más allá.

Ahondar en la diversidad, explotar la riqueza de valles, riberas, villas, parroquias , laderas especiales, viñas únicas.. Recuperar territorios históricos del vino, desarrollar las subzonas o las microidentidades y reconocer su valor.

Después de la moda varietal, de recuperación de las castas tintas minusvalorizadas en esta última época del vino gallego, y elaboradas en solitario para reconocer sus características de manera individualizada: caiños, brancellaos, sousons, espadeiros, pedrales, merenzaos… deberia venir un tiempo de búsqueda de las combinaciones más apropiadas, de vinos plurivarietales más complejos, equilibrados y seguramente longevos.

Aumentar las elaboraciones de los diferentes tipos de vinos: dulces, espumosos…hay potencial suficiente para llegar bien lejos.

Desarrollar el aspecto cultural ,histórico, incluso espiritual del vino.  Es un factor inherente a los grandes vinos del mundo.

En viticultura aumentar el cultivo más respetuoso con el medio, cuidar la viña y el patrimonio de viñas viejas, son un monumento natural único.

Todo esto debería venir acompañado del renacimiento de las tiendas de vinos con personas comprometidas con los vinos interesantes, auténticos, nobles, de precios adecuados, de todos los orígenes de Galicia, y del mundo, no basados en los márgenes de distribución, profesionales no manipulables , sin prejuicios.