Mi sueño empezó a los tres años quitando los chupones con mi abuelo
Jonatan Pousada es viticultor desde que nació. De la mano de su abuelo, que le enseñó todo sobre las labores que había que realizar en la viña, esa pasión se transformó en un sueño: tener su propia bodega. A veces, la vida nos lleva por caminos insospechados y Jonatan tuvo que hacer dos altos en el camino: primero, como sacerdote en Calvos de Randín y después, como vendedor en el sector de automoción. Aunque no se arrepiente de nada, pues junto a su mujer, ha levantado Casal do Canteiro una bodega modesta situada en un casal familiar que ya ha dado alegrías en su primer año, siendo uno de los cinco vinos finalistas en las Catas de Galicia 2024. Ahora, planean crear un tinto del Ribeiro ‘como el que hacían en su casa’.
Naciste entre viñedos, ¿puedes localizar tu primer recuerdo en la viña?
Sí, claro, empecé trabajando en la viña con mi abuelo quitando los chupones con tres años. Mi abuelo enramaba o deshojaba, y yo a los chupones. Así. Recuerdo decirle a mi abuelo ‘venga vamos a la viña otra vez’. Me encantaba. Y mi abuelo ‘no quiero volver a la viña, no quiero volver a la viña, rapaz –ríe–’. Entonces, en vacaciones, es cuando se daban las labores de poda, fui haciendo otras cosas. Quizás no podando, pero sí quitando sarmientos, etc. Y luego en verano también me recuerdo sulfatando. Va todo conforme a la edad. Conforme iba madurando, yo qué sé, con 10 años pues empezaba a hacer algunos pies de las cepas, es decir, a quitarle las hierbas alrededor de las cepas; y con 14, 15 años ya hacía las labores de un adulto. Es decir, sulfatar, enramar, podar… ya hacía casi todo.
A los 14 años tu vida da un giro y decides ingresar en el seminario, ¿por qué barajabas esta opción tan joven? En tu familia había un contacto estrecho con la viña, ¿también con la religión?
No exactamente. Mis padres decidieron, cuando tenía que dar el paso de primaria al instituto, que estudiase en un colegio privado de Ourense, que escogiese el que quisiera. El seminario fue el que más me gustó, porque ya había gente conocida, compañeros de clase que se fueron también al seminario a estudiar… Yo lo veía como un instituto, no como un colegio interno, un instituto, no como una vocación. Y luego me sentí cómodo allí, fue evolucionando la cosa, y pensé ¿por qué no me voy a quedar aquí? En lugar de salir al mundo, pues me quedo aquí. Más que vocación, fue comodidad.
Ejerciste como sacerdote en Calvos de Randín 10 años, ¿trabajabas las viñas en tu tiempo libre?
Yo trabajé siempre la viña. Al principio, cuando faltó mi abuelo. Mi padre trabajaba en banca y por la tarde empezó a cuidar las viñas. Mientras estuve internado, yo solo podía ir en vacaciones. Ya cuando me ordené y me dieron parroquias, era incluso más difícil, porque estaba a una hora de distancia. En lugar de dedicarme más al 100% en el viñedo, pues solo aparecía en momentos puntuales. Si momentos fuertes de poda, momentos fuertes de enrama… no era una dedicación completa claro.
¿Cuándo decides cambiar de camino? ¿tenías ya en mente levantar Casal do Canteiro?
El tema de la bodega estuvo rondando siempre en mi mente desde que era adolescente. Yo pensaba ‘por qué nosotros no podemos tener una bodega, aunque sea pequeña, con lo que tenemos’. Estábamos hartos de decir que las bodegas que pagaban mal de aquella, que costaba mucho sacrificio y dinero llevar adelante un viñedo. La gente siempre estaba con lo mismo. Y yo pensaba: ‘pues en lugar de vender la uva, ¿por qué no la procesamos nosotros?’. Es algo que siempre supe que iba a terminar haciendo.
Pero mientras estaba estudiando la carrera, era más un sueño, una ilusión. No era algo real, como fue más adelante. Luego me ordené y como que aquel sueño se fue diluyendo un poco, hasta que a los cinco años ejerciendo como sacerdote me di cuenta de que tenía que reflotarlo como fuese. Lo tenía ahí escondido. Yo sabía que, si dejaba el sacerdocio por levantar una bodega, económicamente era inviable. Por lo hablar de que no iba a tener ni dónde vivir. Así que busqué trabajo. Lo encontré en la automoción, lo que me dio opción a dejar el sacerdocio y tirar por ahí. A la par, además ya fui aumentando viñedos. Entonces, trabajaba de mañana a temprano, trabajaba a mediodía, trabajaba de noche. Era todo seguido. Un horario complicado –ríe–. Ahí conocí a mi mujer, y mis padres me dieron un toque te atención. Tenía que decidirme, porque me iba a agotar. Y ahí arrancamos Casal do Canteiro.
Llevas justo un año trabajando en materializar Casal do Canteiro. ¿cómo ha sido este primer ejercicio?
Empezamos antes de ayer, el 7 de septiembre hizo un año justo. Sigues todavía un poco la vorágine de iniciarlo. Ahora mismo estamos como el año pasado. Es decir, aprendimos cosas nuevas, procesos, etc. Hay muchas cosas que tenemos que hacer ya en esta vendimia, sobre todo en lo referente a programas informáticos que me quedó aprendido del año pasado. La ilusión y el miedo a la aventura, sigue ahí claro. Pasas de tener un sueldo como Dios manda a ir al día, que es lo complicado.
¿Cómo es la bodega?
De viña, tenemos 4 hectáreas, y nuestros planes son llegar casi a 6 este año, después de vendimia. La casa en la que está situada, era un antiguo casal. Tiene escudos, vamos. Mi abuelo era cantero. Entonces Casal do canteiro viene por ahí, es un homenaje a mi abuelo y al casal donde está la bodega. Tiene una historia curiosa de hecho: este casal pertenecía a la baja aristocracia de Galicia de los años cincuenta, y sabemos que lo apostaron en el juego. No sabemos bien qué pasó, pero la casa fue a subasta y mi abuelo lo ganó por mil pesetas de entonces, serían un equivalente a 10.000 euros ahora mismo, imagínate. Y nada, se pone a restaurarla. La casa ya era una bodega, en el siglo XVIII. Entonces arriba no había distribuciones ni nada, eran dos salas con literas. Había 20 literas, tanto para un lado como para otro. Y luego él la dividió para que fuese residencia, para que fuese un hogar. Y la bodega abajo quedó para vino de casa, porque nosotros vendíamos la uva siempre para para afuera a granel. En 2020, empezamos a limpiar todo, a poner el suelo pulido, a limpiar las paredes, encintarlas, hicimos una zona para embotellado. Pusimos 10 depósitos nuevos, porque eran todas cubas de madera vieja, con capacidad total para entre 15.000 y 20.000 litros. Aunque también conservamos una cuba antigua de 35 mollos –como dicen ellos– de vino, que deben ser sobre 4.000 litros de vino. Y ahora acabamos de incorporar nuestra primera barrica de roble francés, para hacer cosas nuevas.
También tiene una prensa muy antigua, que no utilizamos ya, está a medio de museo, como le digo yo a la gente cuando nos viene a ver. Al terminar la vendimia vamos a obrar al lado con un nuevo almacén también. Siempre mejorando.
¿Cómo es vuestro vino?
Sólo tenemos una referencia, Casal do Canteiro, que es 80% treixadura y 20% del torrontés. Incluso para este año, se va a reducir un poco más el torrontés, pasando al 10%. Como siempre digo, hasta que entra todo en la bodega, no se puede cantar victoria.
Tiene un sabor cítrico, a piel de pomelo, con un fondo tostado. Es un vino que lo tenemos en lías en depósito 6 meses, lo filtramos y reposa en botella otros 2 meses para asentarse.
Este año vamos a iniciar un nuevo proyecto con treixadura 100%, y también vamos a comenzar con el tinto, que será 100% garnacha.
Tenéis una etiqueta particular, ¿hay alguna historia detrás?
La etiqueta también tiene un poco de historia, efectivamente. Si tú coges la botella y pasas la mano, vas a sentir un relieve especial como si estuvieras tocando una piedra serrada, una piedra abujardada, pero fina, no un cantazo cualquiera. Está hecho pensando en la cantería, en los muros bien hechos y perfilados.
¿Ahora, que te dedicas al mundo del vino, como lo ves desde dentro?
Nosotros marcamos un objetivo de gasto tope y analizamos los riesgos que vamos a tener y las pérdidas. No pérdidas, sino lo que dejamos de ingresar, que son cosas distintas. Es inversión. Beneficio todavía no ha dado, pero tampoco pérdida. Está equilibrado. Ilusión, ganas y fuerza, más que nunca. Estoy contento con lo que he levantado. Acertamos al cien por cien. Si miro hacia atrás, estoy cuidando los viñedos tal y como me imaginaba. Trabajo 15 horas al día, como imaginaba; siete días a la semana, haciendo lo que ya sabía que iba a tener que hacer: trabajar duro. En ese sentido, no estamos sorprendidos, ni arrepentidos. Estamos en el mismo punto que pensábamos a estas alturas. Sabíamos que iba a ser muy complicado el arrancar una bodega, que íbamos a tener muchas reticencias, que sabíamos que no todo el mundo nos iba a coger vino de primeras… Pero, en ese sentido, tengo la grata experiencia de que sitio donde vamos, sitio que nos cogen. No sé por qué, aún no hubo nadie que nos dijera ‘no, no te lo voy a coger, o ya te llamaré’. Todo el mundo dijo que sí. Nada más arrancar, a la semana de empezar a vender, nos concedieron un Vaco de oro y quedamos finalistas para ser uno de los mejores vinos de Galicia. No sé si tenemos una mano angelical por detrás, o divina, o no sé. Evidentemente eso te da mucho impulso para seguir trabajando y seguir trabajando con ilusión y viendo que, bueno, que es un producto por el que es un sueño y lo estás haciendo y está saliendo. Y que merece la pena levantarte a las tres de la mañana y trabajar destajo con la marca de la camiseta en el brazo.
Comienzas una nueva vida con 40 años, ¿qué le dirías a alguien que pase por una situación similar? ¿nunca es tarde?
Si alguien piensa que no merece la pena cambiar, que no lo haga, porque se va a arrepentir. Ahora bien, si alguien lleva dudando muchísimo tiempo, pensando que no está en su lugar y que necesita cambiar, que lo haga, que nunca se va a arrepentir. En lo que sea. Y te lo digo yo que ya me compliqué la vida dos veces. Porque yo al fin y al cabo tenía la vida resuelta para toda la vida –ríe–. No volvería atrás para nada.
¿Cómo se presenta el futuro?
Casal do Canteiro fue uno de los cinco finalistas en las Catas de Galicia 2024, entre los cosecheros y pequeñas bodegas de toda nuestra región autonómica. Llegar hasta aquí es, para nosotros, una nueva fuente de ilusión. A partir de ahí, vamos a trabajar la treixadura con madera e intentar sacar un tinto en el Ribeiro, que es algo que casi ninguna bodega industrial quiere hacer. Nosotros vamos a apostar por una partida no demasiado grande, porque dirán los industriales ‘sí, claro, tú como quitas cuatro botellas te lo puedes permitir’. Pero nosotros que tenemos que quitar a lo mejor 100.000 botellas, 0 80.000 botellas a ver cómo las colocamos, ¿no? No es por ir en contra de nadie, las bodegas, grandes y pequeñas, somos todas una al fin y el cabo. Pero cuando nadie está apostando por el tinto, nosotros vamos a apostar por el tinto. En mi casa se hizo toda la vida vino tinto. Toda la vida. Entonces yo no puedo dejar de hacer algo que era tradición de mi casa. Llámame conservador, llámame tradicionalista, llámame lo que quieras. La nostalgia que tengo de cuando era pequeño, que siempre se hacía tinto en mi casa, pues ahora en nuestra bodega tiene que haber un tinto y tiene que ser especial. No va a ser un tinto de casa. Tiene que ser un tinto especial, y espero lograrlo.