En Coea tienes la suerte de probar una botella de 400 que existen en el mundo por 20 euros
Existe una pequeña aldea en Navia de Suarna (Lugo) donde el cultivo del vino fue, durante siglos, el principal motor económico de la zona. Sin embargo, con el despoblamiento y la expansión de los eucaliptos, llegaron años sin cosechas ni vino, y las viñas quedaron en el olvido. Ahora, poco más de una docena de personas están recuperando viñas centenarias gracias a la iniciativa de Héctor y José Álvarez Díaz, dos hermanos que han conseguido que se arranquen los eucaliptos para volver a plantar viñas de merenzao. Bodega da señora es un vino exclusivo y muy especial. Hablamos con Héctor sobre las características de Coea, esta peculiar aldea con mucha historia.
Estáis intentando recuperar las viñas de vuestros antepasados, arrancando eucaliptos para recuperar terreno para el vino.
Sí, Coea era un pueblo con una gran tradición vinícola. Básicamente, había pocas casas y muchísimas bodegas, sobre todo de gente de fuera. La calidad de la tierra y, por lo tanto, del vino que se producía aquí era muy buena. Los médicos de Fonsagrada, por ejemplo, o de O Cádavo… ahora en coche son unos cincuenta minutos, pero en su día tardaban tres o cuatro horas en llegar a la viña. Queríamos recuperar la tradición del vino de aquí para rescatar lo que teníamos, porque nuestra familia aún conservaba viñas, y fuimos comprando terrenos y plantando poco a poco. Desde pequeños, siempre tuvimos una hectárea de viñedo en casa; mi padre la cuidó toda su vida. En todo el pueblo, en todas las casas, aún hay gente que está fuera pero que sigue haciendo vino. Es una tradición aquí, que estamos recuperando. En eso estamos.
¿Cómo es el vino de Coea?
Es diferente, sobre todo por la tierra y el clima. Es sorprendente: en cinco minutos puedes bajar de repente 700 metros. Hay una diferencia de 10 grados de temperatura en esa distancia. Entre el clima y la tierra, conseguimos que los blancos sean muy frescos y con una acidez equilibrada, sin añadir nada, con un grado alcohólico entre 13 y 14 grados. No es fácil lograr un vino afrutado que mantenga esa acidez y frescura, y al mismo tiempo tenga tanto alcohol.
Los tintos son de merenzao. También estamos comenzando a recuperarlos porque en todas las escrituras de los pueblos y de las casas, cuando empezamos a buscar información sobre lo que se había plantado, todas hablaban de merenzao. Es un vino muy afrutado, con un sabor muy intenso y, al mismo tiempo, seco, con una alta graduación, entre 13 y 14.
En la viña donde arrancamos los eucaliptos aún quedaban cepas de merenzao. Lo que no era merenzao o se había perdido con la filoxera, lo reinjertamos, así que tenemos vino de cepas muy, muy antiguas.
¿Cómo es el trabajo en una pendiente tan pronunciada?
Sulfatar y trabajar la tierra lo hace el tractor. Pero tenemos una viña que no es mecanizable. Es muy antigua y tiene una pendiente muy pronunciada, estamos pensando hacerle unos pasos a mano porque incluso andar allí es complicado. No es fácil trabajar allí. Aun así, con los tractores trabajamos en una zona que está plantada sin bancales, y bueno… porque estamos acostumbrados a trabajar así, pero no es broma.
Esta es vuestra segunda añada este año, ¿cómo lleváis el trabajo?
Sacaremos la segunda añada ahora en noviembre. Pero este año es la primera cosecha de merenzao. La vendimia fue muy bien, las analíticas están saliendo muy bien, de momento. Está riquísimo, bueno, aún no está hecho –ríe– pero ya se ve que puede tener un gran futuro. Aunque todavía no se puede cantar victoria.
¿Hay más personas en Coea recuperando viñas? ¿Estáis trabajando en la recuperación de forma conjunta?
Somos unas cinco o seis personas. Al ver cómo trabajamos, comienzan a ayudar, y al final se van animando poco a poco. En Coea van a abrir al menos otras dos bodegas. Tenemos una especie de asociación, ‘Terras de Coea’, desde la cual coordinamos todos los trabajos de recuperación. La idea es conseguir un vino de alta calidad. En los primeros estudios que hicimos, verificamos si los vinos alcanzaban la calidad deseada antes de construir la bodega. Bueno, en principio, los enólogos dicen que sí. Se sorprenden, porque esta es una zona desconocida. Pero todo va muy bien.
¿Cuánto volumen esperan producir este año?
El año pasado hicimos unas 1.200 botellas. Este año… más, quizás 3.000. El doble, porque 2023 fue un año difícil en nuestra zona; hubo muchas plagas. Siempre se paga el precio de ser aprendiz. Ahora, contamos con un enólogo que está muy atento para no poner demasiados sulfitos, solo lo básico para que se conserve bien y no vuelva a ocurrir lo mismo.
Estáis trabajando bajo la indicación geográfica protegida XP Terras do Navia. ¿Qué estáis logrando?
Hacemos catas, reuniones, viajes de promoción… Todo lo necesario para darnos a conocer.
Bodega da señora. Desde el principio, siempre tuvimos claro que íbamos a respetar nuestra lengua. Aquí nunca se ha dicho «adega», ni escucharás a nadie decir «vamos para a adega». Es «bodega». Siempre fue la Bodega da señora. Quisimos respetar el nombre original; por eso a veces llama la atención que no la llamemos adega si estamos en gallego, pero para nosotros no tiene sentido. Estamos muy vinculados con Asturias, estamos muy cerca. Aquí se habla diferente. Para entrar en Coea hay que pasar por Asturias, no queda otra. Somos de Galicia, pero también un poco asturianos –ríe–. La señora era la dueña del pazo de Tormaleo, en Asturias. Todo el pueblo era suyo, y venía a cobrar sus rentas a los vecinos por trabajar sus tierras. Por eso «la casa de la señora», era donde ella estaba cuando venía. Mis abuelos compraron las tierras a sus herederos; nosotros no tenemos sangre real –ríe–.
O sea, es un vino con historia.
Tenemos un premio de 1926 al mejor vino de la provincia, un premio que daba la Diputación de Lugo. Tenemos la idea de hacer un vino con ese nombre, ya que conservamos la botella original de 1926. Quizás el merenzao siga esa línea, habrá que verlo.
Lleváis recuperando la tradición vinícola de Coea desde 2020. ¿Notáis que habéis puesto a esta pequeña aldea en el mapa?
Sí. Sobre todo, en verano, hay muchas más visitas. Nuestra intención es poder hacer una sala de catas, organizar visitas guiadas a la bodega… También tenemos un proyecto de turismo sostenible con cabañas de madera que vamos a asociar a la bodega, porque además de bodeguero, soy carpintero –ríe–. Esperamos que estén listas para el próximo verano. Empezamos en enero, si todo va bien.
Sala de catas, cabañas y 3.000 botellas. ¿Algún plan más para 2025?
Ya es bastante. Al final, somos muy pequeños. Desde febrero decimos que ya no tenemos vino. Lo sacamos en enero, y en febrero ya no quedaba nada. Mucha gente de los pueblos de alrededor compra, y con esas 1.200 botellas ya se van. O la gente que viene de vacaciones y se las lleva… El primer año hicimos 400 botellas, no llegaron a nada. Y nosotros también bebemos algunas –ríe–. Vamos a seguir con pasos firmes, poco a poco, intentando comercializar en ciertos puntos y restaurantes donde realmente sepan vender el vino. No es un vino para vender por copa; hay que saber apreciar la botella.
Van a encontrarse con una gastronomía excepcional y un paisaje muy diferente. Hay viñas entre herbadeiros, un árbol que florece en invierno, muy bonito. Es un minifundio en recuperación, único. También van a tener la suerte de probar una botella de las 400 que hay en el mundo, por menos de 20 euros.