‘Una viña de más de 150 años no se puede dejar, sólo pensarlo me duele el corazón’
Carlos Fernández es una especie de hombre orquesta: piloto de catamarán, bodeguero, distribuidor, vendedor, mensajero y comercial de Viña Frieira, una pequeña bodega familiar de la Ribeira Sacra desde hace más de cien años. A las viñas, se accede más cómodamente por el río que por tierra, todavía se sulfata con mochila y la uva se traslada en barca por el río Sil. Elaboran unas 9.000 botellas de dos referencias, ambas con el nombre de Viña Frieira: un tinto joven de color rojo cereza muy vivo, con mucho cuerpo y retrogusto, y un tinto de barrica envejecido durante 12 meses, del que sólo se producen 700 litros. El esfuerzo que realizan para sacarlo adelante es titánico. Trabajan manualmente, tal como lo hacían sus antepasados, continuando una tradición que lejos de perderse, cada vez es más valorada en todo el mundo.
¿Cuántos años lleva tu familia trabajando Viña Frieira?
Podemos emplazar su origen en mi tatarabuelo, hace cinco generaciones. No sabemos exactamente cuando se plantó, pero sí tenemos documentos que la sitúan a finales del siglo XIX. Viña Frieira ya aparece en el testamento familiar del año 1899. Fue pasando de generación en generación. Yo estoy al frente de la bodega desde 2016, antes ya lo estuvo mi padre, no recuerdo exactamente fechas, desde antes que se formara la D.O.
¿Te planteaste alguna vez dedicarte a otra cosa?
Para nada. Es una obligación, aunque sólo sea moral –ríe–. Es muy bonito mantener lo que te han dejado y que tanto esfuerzo ha costado construir. Sería un pecado deshacerte de unas viñas de más de 150 años, sólo pensarlo me duele el corazón. La vida también te va llevando. En 2015 mi padre tuvo un golpe fuerte saliendo precisamente de Viña Frieira. Recuerdo perfectamente ese momento que cogí yo las riendas, era el día de mi 34 cumpleaños. Y hasta hoy. Además, trabajo en unos catamaranes turísticos de la zona, aunque mi idea en un futuro es comprar un barco pequeñito y hacer paseos por el río, explicar el trabajo e incluso organizar catas a bordo para que la experiencia sea inmersiva total.
Es un auténtico lujo levantarse cada día a cuidar las mismas viñas que cuidaba tu familia hace más de cien años, ¿crees que haces exactamente el mismo trabajo que realizaba tu tatarabuelo?
En muchos aspectos sí. Prácticamente son las mismas viñas, aunque planté un poquito más. Son siete viñedos de una hectárea y media aproximadamente. Se encuentran en Amandi, cerca ya de Doade y pegadas al río. Intentamos trabajarlas haciendo prácticamente lo mismo que hacían mis tatarabuelos, que el vino sea lo más parecido posible, autóctono, con las mínimas intervenciones fuera de la propia uva. La idea es mantener la esencia del vino de Amandi. Son vinos con mucha estructura y cuerpo. El terruño marca mucho de dónde viene.
Por lo que nos estás contando, las viñas tienen que ser muy especiales.
Sí, especiales y peculiares. No se puede llegar en coche, hay que ir andando, bien por un camino estrecho de bajada, que pueden ser unos diez minutos o bien por el río. En Ribeira Sacra quedan creo recordar que sólo dos con estas características. Por tanto, la vendimia es manual. Imagínate, dejas el coche, bajas por el camino con mochilas, trabajas y vuelves a subir por el mismo camino, que si antes eran 8-10 minutos, cargado son 15 o más –ríe–.
¿Cuánto vino produce Viña Frieira?
En torno a los 8.000 o 9.000 litros. Hacemos unos 700 litros de barrica de roble francés. El 90% tinto, se elabora en una barrica usada de más de 200 litros y otra nueva, de 500. Seleccionamos con mucho cuidado las uvas, y como resultado tenemos un vino muy potente.
Lo único que te podría decir, es que desubiqué el mercado. Tradicionalmente, Viña Frieira vendía en la provincia de Lugo y poco más. Ahora vendemos en toda Galicia, también en varios puntos de la península y en algunos países como Estados Unidos o Dinamarca. Muchos han llamado a nuestra puerta cuando buscaban vinos con cepas muy viejas, lo que nos enorgullece mucho. Para las bodegas pequeñas como la mía, nos es muy difícil llegar a grandes mercados, cada vez que alguien se interesa y te da un feedback tan positivo es una alegría. Bueno, y que en la época de mis abuelos el vino llegaba a mayo-junio y moría. Ahora eso no se puede permitir –ríe–.
¿Crees que se percibe el inmenso trabajo que hay detrás de cada botella?
Jugamos en otra liga, es un poco más complicada. Nuestra producción es 80% tinto, y es un mercado complicado porque en España hay millones de denominaciones tintas. Cada vez somos más reconocidos y valorados. La zona de Ribeira Sacra acoge cada vez a más turistas que vienen específicamente a conocer cómo trabajamos aquí, lo que ayuda a que valoren ese esfuerzo titánico que hacemos para sacar el vino adelante. Nuestros viñedos son los más duros de toda la península e incluso del mundo. Son los que tienen más pendiente, que llega incluso al 85%, y más dificultad. En la zona de Amandi la pendiente es de en torno al 60%, además son pedregosas, hay poca tierra. La calidad es tremenda y el trabajo también, por lo que vamos evolucionando bien y la gente cuando ve a los viticultores trabajando ahí se queda impresionada. Podría decir que es complicado sabiendo todo esto, venderlos al valor que deberían, porque aún no hemos creado toda la conciencia posible sobre el trabajo que realizamos y la calidad que tenemos. Pero estamos en el buen camino.
¿Cuándo se puede ver la vendimia?
Algunas empiezan en agosto, pero más las primeras semanas de septiembre. Viene mucha gente. Es un espectáculo. Siempre nos preguntan si van atados con cuerdas –ríe–. De momento no, pero es un turismo que crece mucho porque es impresionante de veras, con el río, las viñas… una belleza.
¿Viña Frieira se puede visitar?
Sí, si me llaman y puedo, encantado, aunque teniendo en cuenta que es una bodega unipersonal –ríe– a veces es difícil encontrar el hueco. Que no hago yo todo sólo claro, sería imposible: tengo un primo con otra bodega, cuando es la vendimia todos arrimamos el hombro. Seguimos haciéndolo así, colaborando entre vecinos y amigos. Es un trabajo que se hace con dedicación absoluta, es por amor a este oficio. No puedes contratar, pero siempre encuentras manos. Mientras el cuerpo aguante, así lo haremos.
¿Algún plan de futuro ya en mente, además del barquito?
Tenía pensado empezar a elaborar vermú, pero me he encontrado muchas trabas burocráticas, asique lo he tenido que aparcar de nuevo. La idea era sacar una producción de 300 litros, algo pequeño. Es una bebida que me gusta mucho, hemos hecho una prueba en casa y me parece que está buenísimo. Me encantaría comercializarlo, más ahora que se le está dando mucho valor a los vermús artesanos. Además, hay alguna zona de las parcelas que –considero– no está a la altura para hacer nuestro vino y asegurar su calidad. Sería una forma de que no se perdiera esa producción de uva. Y en Ribeira Sacra no hay muchos vermús de momento, diversificar sería muy positivo.