Casa Sidrón

‘En verano llegamos a dar mil comidas con 5 mesas’

Ana Rubio Hidalgo dirige el restaurante Casa Sidrón en la pequeña aldea de Pieiga, donde residen apenas una decena de personas, y 6 son los que viven bajo el mismo techo donde se sitúa esta casa de comidas con sabor a tradición gallega y asturiana. El restaurante, comparte nombre con la bodega gestionada por su pareja Javier, y atrae a cientos de visitantes, miles algún que otro verano.

Ana Rubio Hidalgo y Francisco Javier Sanromán decidieron en 2013 dar un enfoque profesional a su bodega familiar, impulsados por la gran calidad de los vinos que elaboraban para su propio consumo. Como resultado, hoy producen vinos blancos y tintos con variedades como verdello, sorodo, blanca legítima y mencía, que bien merecen ser descubiertos. Casa Sidrón también te brinda la oportunidad de conocer su restaurante y disfrutar de una exquisita comida casera, preparada con productos locales. 

Vivíais en Oviedo, en la ciudad, y os decidís mudaros a una aldea prácticamente desierta, ¿qué pasó?

Francisco Javier ya tenía bodega desde hacía 13 años, una muy pequeña. Compaginaba su trabajo con la bodega, pero claro, la viña crecía y llegó un punto que había que tomar decisiones: o abandonar o apostar por el proyecto. A raíz de un accidente de tráfico con el camión con el que trabajaba, empezamos a valorarlo más en serio, ya que el brazo de Javier quedó afectado. Y así decidimos dejar todo atrás. La idea, en principio, cuando vinimos era poder trabajar yo en algo de hostelería por aquí. Porque yo sí tenía experiencia en hostelería, no directamente llevando negocios, pero sí en sala o ayudante de cocina. Estaba ya empezando la pandemia y era imposible encontrar nada.

Y ahí decidís emprender en hostelería, en plenas restricciones de pandemia. Hace falta valor.

Sí, bueno, al principio era un poco loco –ríe–. Mi familia, por ejemplo, lo veía como… ‘tú estás mal de la cabeza, ¿a dónde vas?’ Y Pieiga es un pueblo que para llegar tienes que venir adrede. No es que digas, bueno, pues pasa una carretera por ahí que comunica con algo. No, entonces, claro, era un poco arriesgado.

Y, aquí estáis.

Sí, sí, sí, aquí estamos. Hace cuatro años, o sea que

¿Cómo lo recuerdas ese momento? Los inicios de Casa Sidrón.

Fue con mucha ilusión, pues restauramos muchísimas cosas antiguas que había, la familia se involucró muchísimo, mi cuñada ayudándome a que si mesas, que si a lijar, pintar… Cuando te metes a hacer una reforma, ya necesitas proyecto, instalación eléctrica nueva, muchas cosas, claro. Y la gente pues como que se sorprendía, como que decían ‘madre mía, abrir aquí un negocio, en este pueblo… ‘. Estamos a dos kilómetros y medio de Negueira de Muñiz, pero es una carretera por la que no pasa nadie, porque la general es por arriba.  Entonces, claro, había que hacer mucho hincapié para que la gente supiera que estábamos aquí: redes sociales, nos ayudó el ayuntamiento, pusimos carteles para indicar dónde estábamos…

¿Qué es lo que funcionó? ¿Por qué os empezaron a conocer?

Bueno, yo creo que una de las cosas básicas que dije y lo mantuve desde el primer momento, es que no quería traer producto de fuera. Quería trabajar con producto cercano de localidad: el carnicero más cercano, pues alguien que críe pollos en casa, que tenga corderos, que tenga ternera… y siempre con los productos de aquí.

Los vinos igual. Nos negamos a traerlos de fuera. Servimos los nuestros, los de las bodegas nuevas que están empezando. Los avisamos: ‘cuando empecéis, traerlos, que los queremos tener aquí’. Al principio nos decían que si no teníamos un Rioja o un Rivera…. Pero esto es lo que hay, y el que quiera venir, bien, y si a alguien le parece caro, no le gusta…  pues no pasa nada, nadie se va a enfada. Pero al final, la gente viene.

¿Qué podemos comer en vuestra casa?

A mí siempre me gustó la cocina tradicional. La comida de antes, que al final es lo que todos echamos de menos. Porque tú vas a cualquier sitio y dices ‘que bien comí’. Pero, cuando iba a casa de mi madre, aquella ternera guisada, o aquel pote, pues al final… tira.

¿Aprendiste a cocinar en casa, estudiaste o es instinto?

Es curioso, porque yo estaba estudiando y el colegio cerró, entonces tuve que irme. Era la pequeña de tres hermanos, y estuve en una casa con una señora que eran amigos de mis padres, la señora le gustaba cocinar, y yo siempre me fijaba en lo que hacía ella.

Y después me fui a Oviedo con mi hermana, que hermana tenía un negocio con sus cuñados, un restaurante, y ahí trabajé de camarera, pero siempre ayudaba en la cocina, siempre preguntaba, ‘oye, ¿esto cómo lo haces? ¿Qué le pones?’. Entonces decía mi hermana, ¿a ti esto de la cocina, te gusta? Y dije, bueno, no me disgusta. Y eso que a mi madre no le gusta cocinar, nada, nada, de nada –ríe.  Es una persona que odia la cocina y sin embargo mi hermana y yo cocinamos.

¿Tu plato estrella?

Solemos compaginar mucho la gastronomía de Asturias y Galicia. Yo soy asturiana, entonces, siempre hay fabada, pote asturiano, caldo… Hacemos los callos como en Asturias, que no son como los callos gallegos: nosotros los cortamos muy pequeñinos y se sirven con patata frita, no llevan garbanzos. La gente con nuestros callos se sorprende. Después, los corderos, cabrito, cachopos, escalopines… en temporada, intentamos aprovechar mucho la huerta también: las ensaladas de tomate, la judía verde, los cachopos de calabacín que tienen mucha fama, que a la gente les encantan. Y nuestra ensalada templada también gusta mucho. Lleva chipirones, la lechuga, tomate y aguacate. El tomate va al horno, va así que queda así blandito y la gente le encanta. También estoy intentando meter mucho sin gluten, para que todos puedan venir aquí a comer.

¿Qué opciones hay para celíacos?

Por ejemplo, hago las albóndigas de ternera que son caseras 100%. Entonces, en vez de hacerlas con harina para que liguen, empezamos a hacerlas con harina de maíz. Cosas así, para que los celíacos tengan la tranquilidad de ‘podemos comer esto y sé que no me va a sentir mal’.

Entre semana ¿cuánta gente puede haber comiendo en un pueblo de diez personas?

Dependemos del trabajo que haya por la zona: en la carretera o maderistas que vienen a cortar una pista que se abre, albañiles…

¿Y el fin de semana cómo es? ¿tenéis ya fama?

Hay gente que te viene de Lugo, de Coruña, de Ribadeo, Vegadeo, Gijón, Avilés, Cangas…Sí, tenemos fama. Es verdad que sorprende: este verano, en este sitio pequeñín, – el comedor tiene cinco mesas, una grande y mesitas – pues el mes de agosto por aquí pasaron mil personas.  Montamos afuera la terraza… intentas que la gente no se vaya sin comer.  Muchas veces que suben en verano, y vuelven. Recuerdo unos valencianos que cayeron aquí de chiripa, vinieron en moto aquí a comer, pues al año siguiente subieron con la familia, alquilaron una casa, se quedaron una semana por aquí, y venían todos los días.

¿Después de comer, ¿cómo completamos el plan?

Pues tienes rutas de senderismo… está la ruta del vino, que es preciosa. Nosotros ofrecemos un pack, en el que incluimos visitar las viñas, venir a catar los vinos en la bodega e incluso el que quiera quedarse a comer. En verano funciona muy bien. No hacemos grupos grandes porque es mucho follón. Normalmente suele ser una hora de recorrido, en la que da tiempo a visitar casi todas las viñas, después están en la bodega probando los vinos, se les ofrece la blanca legítima, pero de diferentes sitios, donde ellos puedan también apreciar que, aunque sea la misma variedad, no se comporta igual. Sobre todo, cuando se acercan festivos o se acercan vacaciones, recomiendo que nos llamen con antelación, porque somos muy chiquininos… pero encantados de recibirlos a todos.