Entrevista con Herminio Blanco, gerente de Bodegas Blare

«Dónde puedes estar mejor  que cuidando una viña viendo cómo crece»

 

Bodegas Blare es el apasionado proyecto de Herminio Blanco, que trabaja para poner en valor las variedades autóctonas de Valdeorras, especialmente el godello y la garnacha tintorera, dos joyas vinícolas que reflejan la riqueza y singularidad de la región. Tras media vida dedicado al sector de la pizarra, ahora su compromiso es con la sostenibilidad y el respeto por el medio ambiente. En bodegas Blare, amalgama de los apellidos de Herminio –Blanco Remesal– trabajan bajo criterios de viticultura ecológica, con el proceso de certificación en curso.  Buscan obtener la mejor calidad de uva posible con la mínima intervención, respetando al máximo el entorno y la naturaleza.

 

¿Cómo nace bodegas Blare?

Mi pasión por el campo y el viñedo siempre estuvo presente. A lo largo de mi carrera profesional, nunca dejé de soñar con la idea de crear una bodega propia. Tras muchos años de reflexión, finalmente encontré el tiempo y el lugar perfectos para hacer realidad este sueño. El viñedo es más que un negocio: es un patrimonio inmaterial de gran valor, que no solo enriquecerá mi vida, sino que también pasará a mis hijos, quienes están profundamente implicados en este proyecto.

¿Sabías algo de vino cuando empezaste a mondar la bodega? ¿por dónde empezaste?

Pues con la ayuda de mi enóloga, Silvia Marrao Barreiro, que llegó desde Madrid. Se asentó en la zona de San Pedro de Olleros, provincia de León. Allí se dedicó a recuperar cepas autóctonas antiguas que habían quedado en abandono, ya que muchos dejaron de trabajar las viñas. Silvia decidió recuperar esas cepas y creó su propia bodega. Sin embargo, en Valdeorras, solo elabora para Bodegas Blare. Para mí, esto era una condición importante, porque si quieres tener un producto distinto, no puedes contar con un enólogo que trabaje para varias bodegas a la vez, ya que, al final, los vinos terminan siendo demasiado similares. Aunque cada parcela tenga diferencias —una puede estar en mejor ubicación que otra—, si se trabaja con la misma uva y el mismo método, el resultado no varía demasiado.

¿Cómo se complementan las influencias de ambas regiones, Valdeorras y la experiencia que Silvia trae de fuera, en los vinos que estáis elaborando?

Aquí, Silvia elabora exclusivamente con nuestra uva, de nuestras propias parcelas. No se trae uva de fuera. Nosotros contamos con un bodeguero que realiza el trabajo en bodega, mientras que la enóloga marca las directrices. Si hay que hacer algún trasiego o algún otro proceso, es el bodeguero quien lo ejecuta.

En cuanto a nuestras parcelas, tenemos dos. Una de ellas es de aproximadamente 4 hectáreas de terreno, aunque de viñedo efectivo serán unas 3 hectáreas. La otra, recién trabajada en bancales, tiene 5,6 hectáreas, aunque plantadas deben de ser unas cinco. En total, contamos con unas ocho hectáreas de viñedos.

¿Cómo son vuestros vinos?

No buscamos tener el mejor vino del mundo, que eso va a ser imposible, pero sí tener un vino distinto. Un vino distinto y cuidando el medio ambiente. Trabajamos las viñas de manera tradicional como se hacía antes y actualmente elaboramos tres vinos que reflejan nuestra filosofía de respeto por la tradición y la calidad: godello con crianza sobre lías, un vino de carácter mineral y refrescante; godello con crianza en barricas de 500 litros, que aporta mayor complejidad y profundidad al perfil de este varietal y garnacha tintorera, un vino robusto y expresivo que pasa por una crianza de 12 meses en barrica para alcanzar su máxima expresión. Cada uno de nuestros vinos es lanzado al mercado solo después de un mínimo de 6 meses de crianza en botella, permitiendo que desarrollen todo su potencial y puedan ser disfrutados en su plenitud.

¿Son los vinos que esperabas hacer?

Cuando inicié este proyecto, no imaginaba que los vinos iban a salir así de bien. Pensaba que iba a ser un proceso más difícil, pero la verdad es que los resultados han superado mis expectativas. Aunque empezamos a comercializar este año, llevamos años haciendo pruebas y ajustes. De hecho, antes de lanzar nuestros vinos, trabajé con una amiga enóloga y estuvimos experimentando.

¿Cuál es la clave de la calidad del vino?

Creo que hay varios factores: la forma de trabajar, la tierra y la ubicación. Nuestras viñas están en laderas, entre 450 y 500 metros de altitud, orientadas al sureste, lo que garantiza una buena exposición solar. Esto nos favorece mucho para la agricultura ecológica, ya que, al estar en altura, el viñedo se ventila bien y la humedad no se acumula, lo que ayuda a prevenir enfermedades.

¿Es la vida que soñabas cuando todavía era un proyecto en tu cabeza?

Sí, yo soy de aquí, de la zona. Siempre me ha gustado el campo y los viñedos. Para mí, trabajar en la naturaleza y ver cómo las viñas crecen y se desarrollan es una satisfacción enorme. Recuerdo cuando estábamos haciendo los bancales con mi hijo Ángel. Le pregunté: “¿Qué observas aquí?” Estábamos alejados del ruido de las máquinas, rodeados de naturaleza. Se escuchaba el agua del arroyo y los pájaros cantando. Es en esos momentos cuando te das cuenta de que la vida tiene etapas. De joven, tal vez esto te parezca aburrido, pero con el tiempo lo valoras más. ¿Dónde vas a estar mejor que en plena naturaleza, cultivando viñas y viendo cómo el fruto crece y se transforma?

¿Cómo empezaste a trabajar las viñas y la bodega? ¿Eran familiares?

No vengo de una familia de viticultores. Las tierras fueron adquiridas y la bodega está en una casa restaurada que originalmente tenía una cueva usada para almacenar vino. Cuando la compramos, la finca tenía muchas zarzas y hubo que limpiarla. Había viñas centenarias de garnacha tintorera que decidimos conservar. Mucha gente me decía que arrancara todo y plantara de nuevo, pero para mí eso habría sido pisotear el trabajo de nuestros antepasados. Así que decidimos respetar las cepas viejas. Empezamos con todo este proceso en 1995, poco a poco, sin prisa, restaurando la casa y limpiando la finca. Hoy, esa misma tierra nos está dando uva de una calidad excelente.

Todo lo hemos hecho nosotros, sin ayuda externas Mis hijos han estado involucrados desde el principio. Ahora tenemos otra finca de 5,6 hectáreas donde hay unas ruinas con mucha historia. En esa casa vivió Andrés de Prada y Gómez de Santaña, que fue secretario de guerra de Felipe II en el siglo XVI. Se la conoce como el Palacio de Outarelo, y uno de nuestros vinos lleva ese nombre en su honor.

¿Qué te motivó a invertir en la viticultura en una zona tan competitiva como es Valdeorras? ¿no tenías miedo?

Cuando empezamos, claro que había incertidumbre. Invertir en un proyecto así sin antecedentes familiares en el sector y en una zona competitiva como Valdeorras daba vértigo. Pero miedo, miedo nunca tuve. Siempre he sido una persona que va hacia adelante.

Yo no entendía de vino, pero tenía ilusión y ganas de aprender. Ahora, mi mayor deseo es que mis hijos continúen con el legado.

¿Esos son vuestros planes de futuro?

Este año queremos sacar al mercado los vinos que hemos estado guardando. Tenemos unas 40.000 botellas listas, de las cuales 25.000 son de la cosecha 2023. Embotellaremos de nuevo en mayo o junio. Hemos esperado para darles más tiempo en botella, porque creemos que así alcanzan su mejor expresión.

Ahora, el reto es posicionarnos en el mercado. Estamos enviando muestras a Madrid, Ibiza, Luxemburgo e incluso Japón. También tenemos distribución en A Coruña a través de Choiva Viños, y en breve nuestros vinos estarán en algunos de los mejores restaurantes de la ciudad. Estamos convencidos de que nuestros vinos, nacidos del corazón del viñedo y elaborados con la mínima intervención, reflejan una propuesta auténtica y de calidad que contribuirá al reconocimiento de nuestras variedades autóctonas en el mundo.