Si en una bodega no hay continuidad, es una vida perdida
Xulia Mar Bande Pivida (Arnoia, 1968) no tuvo nada fácil poner en marcha su bodega, pero jamás desistió. Siente auténtica pasión por el campo, aunque no fue innata. Descubrió su vocación mientras ayudaba a su abuelo con sus viñas en sus últimos años de vida y los primeros de su juventud. Mujer emprendedora, se puso al frente de un equipo de 25 personas que daban un servicio de mantenimiento a las viñas cuando la demanda acuciaba, pero nunca abandonó el sueño de tener su propia bodega. Fueron necesarios más de quince años para que Son de Arrieiro fuera algo más que un proyecto en su cabeza, pero hoy en día es una realidad con proyección internacional. Su sueño: seguir entre viñedos hasta que el cuerpo aguante.
¿Cuántos años llevas en el Mundo del vino? ¿Cómo empezaste?
Llevo 38 años. Empecé echándole una mano a mi abuelo, Manuel Pivida, que, en esos últimos años de vida, estaba el pobre hombre bastante pachucho. No era mi pasión la viña, desde luego. Me crie con ellos y la viví desde el primer momento, y le tenía un poco de manía a la viña. Era dura. Mientras ayudaba a mi abuelo en esos últimos años me despertó la curiosidad por este mundo. Él falleció y la viña se quedó abandonada durante dos años. Ahí mi cabeza empezaba a dar vueltas, y retomé un poco su viñedo, volví otra vez a trabajarlo: lo podé, empecé a formarme, y ahí empezó todo. Cuando tenía 18 años, y hasta hoy.
¿Recién cumplida la mayoría de edad ya te dedicaste a la viña? Nadie diría que no te gustaba, por que es una edad complicada esa…
Yo daba clases de música y trabajaba en la empresa de transportes de mi padre. Con 20 años ya estaba recuperando las viñas, entonces me di cuenta de que me gustaba más de lo que pensaba. Como no tenía tiempo, empecé a buscar a gente para cuidar los viñedos que tenía, pero no encontraba a nadie, y me di cuenta también de que había muy poca mano de obra especializada en el sector. Vivo muy cerca de la Estación Universitaria de Galicia, donde se impartían cursos de tecnología y de agricultura, y me apunté a todo lo que salía. Primero, iba haciendo todos los cursos que pude, y luego, decidí montar una empresa de servicios para otras bodegas, o particulares que tuvieran viñas. Hacía falta una empresa dedicada a esta labor y me decidí a montarla yo misma. Comencé con estos conocidos y al poco tiempo – con 23 años aproximadamente– ya tenía 25 empleados repartidos por toda Galicia y el norte de Portugal.
¿Cómo era el trabajo en tu empresa?
Contraté jornaleros de aquí, profesionales que estaban trabajando en las viñas a modo particular, sin seguro ni nada. Cualquiera de ellos sabía más de agricultura que yo, y empezamos a trabajar para otras bodegas. Al principio fue duro, porque, bueno, era una mujer, era muy joven, y estaba metiéndome en un mundo de hombres. Había una demanda tremenda de ese tipo de servicios. Pero fue duro, por varias circunstancias: ellos llevaban toda la vida en la viña, yo no. Pero la mayor parte de aprendizaje fue con mis compañeros de trabajo, con mis empleados. Luego, no estábamos muy bien aceptados porque el sector veía a las mujeres ayuda y nada más. Había una cultura de que la mujer en la viña, no era profesional. Hay cosas en la viña, pues que ahora ya están mucho más mecanizadas, pero hace 30 años, o hace 38 años, pues no. Entonces era necesaria más mano de obra masculina por la necesidad de fuerza física para desempeñar el trabajo. Yo estaba con ellos en línea. Toda la vida estuve trabajando a su lado. No sólo gestionaba la empresa, yo era un trabajador más. Con lo cual lo mío era organizar, para ver a dónde mandaba a cada uno, qué trabajo nos hacía falta y luego, los acompañaba. Por la tarde, iba a ver el trabajo de los demás compañeros dónde no había estado. Recuerdo, que al principio tuve que mandar alguna vez a un obrero de los mayores, porque venían a preguntar por el jefe, conmigo no querían hablar. Y ya descartaban el trabajo. Entonces, lo que hacía era: mandaba a uno de los obreros mayores, y luego iba yo y ya se lo presupuestaba. Y así fue como empezamos.
Una vez que la gente se fue dando cuenta de que éramos un servicio útil, que en ese momento era necesario, y sí, fui contratando a mucha más mano de obra, ya mujeres –ríe–.
Cuando la gente vio que no era un cachondeo, que éramos un equipo que desarrollábamos un trabajo de una forma profesional, pues ya no hizo falta. Pero al principio, a mí nadie me daba la oportunidad por el hecho de ser mujer y ser joven. Porque yo sea joven, mis compañeros eran mayores y conocían perfectamente el sector. Pero al estar dirigido por mí, eso parecía que perdía toda credibilidad. Es increíble.
¿Esto ha cambiado 30 años después?
Sigue habiendo algo. Pero ahora la mujer en el mundo del vino está bastante más reconocida. Todavía queda por andar, pero bueno, ya tenemos un sitio ahí. Ya está reconocido nuestro trabajo.
Fuiste valiente. Montar una empresa tan joven, siendo una mujer sin referentes en tu sector es complicado.
En principio era para hacer una especie de cooperativa y tener trabajo aquí en el sector, porque nos gustaba. Como nadie se animaba a hacer ese tipo de cooperativismo, pues me lancé y dije ‘pues un contrato yo y ya está’. Veía un modo de vida viable en ese momento, y de hecho había muchísima demanda, y he estado con la empresa 37 años, hasta hace año y medio (2023). Pero siempre seguí plantando viñas, me metí a hacer el mantenimiento parcial de la Estación Enológica de Galicia, y ahí fue cuando me interesé más por recuperar variedades y hacer cosas un poco diferentes.
¿Y después? ¿llegó la bodega?
Empecé a plantearme hacer mi propio vino, sí, sobre todo porque en ese momento en el Ribeiro no había ningún tinto. Bueno, había alguno, pero vamos, poca cosa. Se apostaba por los blancos, los tintos no… Decían que no, que el Ribeiro era más difícil de comercializar, y yo les decía a los clientes, ‘pero ¿por qué no plantáis el Ribeiro?’. Toda la vida fue tinto. Desde tiempos inmemoriales siempre hubo tinto. Decían, no, no, que el Ribeiro tinto tiene mala suerte, no es un buen mercado. Entonces dije, otra vez –ríe– ‘pues hago yo mi bodega y hago los tintos’. Y sobre el año 2000, cuando llevaba 12 o 13 años con mi empresa, empecé a esquejar plantas de las viejas, recuperar madera de variedades que estaban desaparecidas, y ahí empezó ya algo… era como algo personal, que tenía que conseguir. Empecé a injertar cepas, a buscar variedades interesantes, a hacer micro-vinificaciones para ver lo que me daba cada variedad de sí. Y Al tener la empresa, yo tenía acceso a muchas parcelas donde aparecían cosas que a veces yo ni yo sabía lo que eran. En algunos casos recurría a la Estación de Enología de Galicia para que me dijeran qué variedad era. Fui haciendo pequeñas elaboraciones, en cantidades pequeñas.
Es decir, levantas tu bodega en el año 2015 y te pones al frente de dos proyectos.
Realmente el proyecto ya estaba montado antes. Por desgracia, en el 2012 ardió la bodega. Iba a salir ya el primer vino ese año y ardió la casa con la bodega y con todo. Tuve que volver otra vez a empezar, volver a montar todo. La primera vez, la monté poco a poco, sin hipoteca, con lo que iba ahorrando. Luego ya, al arder la casa, pensé ‘pues no me voy a tirar otros 12 años haciendo otra bodega porque ya me jubilo antes’. Entonces, pues pedí una hipoteca, hice la casa, monté la bodega nueva. Y en el 2015 ya estaba en el mercado el primer vino que elabore etiquetado, digamos.
¿Antes de eso elaborabas?
Antes elaboraba, sí, pero lo vendía a granel o a los amigos.
Bueno, si estamos hablando hoy, es que salió bien.
Sí, la verdad es que sí. En el 2015 ya llevó el Permio al mejor vino, el quinto de Galicia. Y claro, eso ya me dio una palmadita, ¿no? Pensé que algo de razón tenía con lo del tinto.
¿La espera para dedicarse de pleno a la bodega mereció entonces la pena?
Sí, por supuesto. Tardé por circunstancias, lo habría hecho antes. Primero me casé con un viticultor, me divorcié a los 15 años y volví a empezar, ya que tenía la empresa con él. Más tarde llegó mi actual pareja y ahora continuamos juntos con nuestros hijos y nietos. En el medio, el incendio que arrasó la casa y la bodega, que retrasó la salida del proyecto. Fue un camino muy largo, la verdad.
¿Qué es lo que más te gusta de trabajar en la viña, de tu trabajo?
Yo dejé la empresa para vivir en la viña. Al tener la empresa hay muchas cosas que tienes que hacer aparte de estar en la viña. Yo hecho el día desde las siete de la mañana hasta las cuatro o así de la tarde en la viña. Luego me voy a la bodega y hago los pedidos y lo que haga falta. Entonces, procuro empezar muy temprano: a las siete de la mañana estoy en la viña normalmente y ya luego por la tarde me dedico más al almacén o a la bodega, lo que toque.
Además, es mi propio viñedo que quiero llevar yo a mi manera y de forma personal, porque es un proyecto un poco diferente, se me hacía muy cuesta arriba porque me tiraba ocho horas con ellos y luego por la tarde me iba para mi viña. Llegó un momento que dije, ya no tengo vida, no tengo nada. Nacieron… Tengo dos nietos ahora mismo. Aunque tengo 55 años, tengo un nieto de cinco y otro de un año y medio. Y ya quería disfrutar un poco de mi familia también. Entonces decidí dejar la empresa. Mi hijo y mi nuera siguen trabajando, aunque la hayamos traspasado. Más bien, la regalé con la intención de que mis compañeros no perdieran el trabajo y que se quedaran por lo menos por las mínimas condiciones o mejoradas. Era la única condición que yo ponía. Y esa empresa sigue trabajando en el sector ahora mismo con mis clientes y con todo y yo me dedico a mi proyecto.
¿Y lo que menos te gusta de dedicarte a la viticultura?
Lo ingrato que es a veces. La climatología, lo injusto que es a veces… que te caiga granizo y que no puedas hacer nada excepto esperar que no te lo destroce, que no nos toque a nosotros. Cómo manejar esa frustración de cuando sabes que va a llover o que no va a llover…es muy difícil manejar eso porque al final está toda tu vida ahí, fuera, y no puedes hacer nada. Es impotencia lo que sientes, si eres creyente, te queda rezar y si no, aguantarte no hay otra.
¿Qué dirías que es lo mejor de tu carrera?
Yo creo que es un lujo poder vivir haciendo lo que más quiero, y la calidad de vida que tengo. Es decir, aparte de evidentemente, estar al sol, a la lluvia, al frío… me siento muy a gusto con lo que hago y encima me pagan por ello. Es como si te vas de vacaciones y te pagan. Estoy bien así, en la viña. Estoy a gusto con mi familia y viviendo del campo, una vida sencilla.
Si ahora viene una chica joven de 20 años, como tenías tú en su momento y te pide consejo, ¿tú qué le dirías con todo lo que sabes a día de hoy?
¿Te gusta? Sin duda esto te puede dar muchos disgustos, pero también te da mucha satisfacción. También me gustaría que todos los que vienen detrás fueran lo más respetuosos posibles con el medio ambiente. Yo creo que el camino es ese, olvidarse de químicos, que se puede hacer de otra forma; les diría también que no se puede hacer de golpe, hay que ir poco a poco pero sí que se puede.
¿Te queda algo que quieras hacer antes de jubilarte?
Yo siempre digo que, si la salud me lo permite, no quiero jubilarme. Haré más o menos cosas, pero eso de parar no me gustaría. Me gustaría seguir haciendo un buen vino, que esté en constante evolución. Voy a sacar otra variedad siempre estoy con yo eso en mi cabeza: nuevas referencias, nuevas variedades… si no fuera así no tendría sentido hacer lo mismo. Tengo que intentar mejorarlo cada día, cada año. Nuestro mundo es fastidiado en el sentido de que solo tienes una oportunidad. Cada año tienes que aprovecharla muy bien y saber hacia donde quieres ir y mejorar por supuesto siempre, si se puede. Y lo ideal, lo que yo más querría en la vida, es que tuviera continuidad claro porque si no, no vale de nada. Si te echas 20 o 30 años intentando hacer algo que más o menos suene bien, lo lógico es que el proyecto luego continúe si no es una vida perdida.