Así lo aseguró Paula Fraga, coordinadora académica del Instituto Galego do Viño (INGAVI) durante su intervención junto a Xoan Cannas en el encuentro organizado por la Asociación de Colleiteiros do Ribeiro y el Concello de Ribadavia en el Museo do Viño de Galicia. Este evento, enmarcado en una serie de jornadas dedicadas al desarrollo de la viticultura gallega, tuvo como objetivo trazar las líneas estratégicas para el crecimiento y la sostenibilidad del sector en los próximos años.
Ambos incidieron en la necesidad de una clasificación que conecte las características únicas del territorio con un modelo moderno de producción y comercialización, que parece ser el camino para competir en un mercado globalizado, subrayando la urgencia de establecer un modelo de clasificación de los viñedos gallegos que permita crear una pirámide de calidad centrada en el viñedo como elemento esencial. Este enfoque busca alejarse de la dependencia de modas basadas en monovarietales o la elaboración estándar, promoviendo en cambio un modelo que priorice la singularidad de los terrenos, la tradición, el respeto medioambiental y el patrimonio cultural.
‘El mundo del vino está absolutamente pegado al territorio, más que el balón a los pies de Messi”, bromeaba Cannas para ilustrar cómo la esencia de un vino está inseparablemente ligada a su origen. Este Factor Orixeno solo incluye las particularidades geográficas y climáticas, sino también su dimensión cultural, socioeconómica e histórica. En palabras de Paula Fraga, “el vino es un hecho cultural en su sentido más amplio, más allá de un simple producto alimentario”.
El terroir se perfila como el pilar de la diferenciación y la calidad. “Cuando hablamos de terroir, hablamos de una realidad social, económica, histórica y de una visión humana que constituyen una cultura”, enfatizó Fraga. “Hay muchos modelos como en Couto Mixto, que evidencian este concepto”, añadía.
También incidieron ambos expertos en la idea de que el medio, las prácticas humanas y el respeto por la naturaleza juegan un papel crucial en la producción. “La tierra es la que nos da vida, en este caso, el vino,” añadió Fraga.
El objetivo principal es que el vino final refleje fielmente las características de su territorio. Fraga durante su intervención rechazó la idea de que existan “variedades nobles,” calificando este término como un concepto que personalmente aborrece, pues da la impresión de que hay variedades “innobles” o de menor valor. Al respecto, argumentó que “la connotación de mejor o peor no existe. Hay cosas que aquí funcionan mejor que en otro sitio.”
La identidad del vino, definida por su origen, es fundamental para elevar su calidad. Esta es la idea que ambos expertos defendieron durante una hora de intervención: “Cuanto más cerrado es el ángulo, mayor es la pureza, mayor es el origen”, señalaban citando a Álvaro Palacios, quien enfatiza la necesidad de volver a llamar a los vinos por el nombre de su lugar. Una de las reflexiones principales giró en torno a la identidad del vino, un factor esencial que lo define, defendiendo la necesidad de que el nombre de un vino retome su origen, conectándolo con lo local como ha sucedido con los productores de El Bierzo, quienes han permitido que los vinos adopten nombres de pueblos, parroquias y lugares específicos.
“El modelo de El Bierzo nos parece súper interesante”, señalaba Fraga. Allí, se ha logrado una clasificación pura de territorio basada en variables históricas, culturales y socioeconómicas, sin depender de fronteras administrativas. Galicia, con sus particulares condiciones, podría beneficiarse de un sistema similar, que potencie las singularidades de cada región. “Son 9 municipios y sin embargo sí que atendieron específicamente las variables históricas, culturales y socioeconómicas en 12 villas sin poner fronteras administrativas. Hay una clasificación pura de territorio que me parece súper interesante y muy difícil de conseguir porque hay muchas administraciones implicadas, mucho personalismo”, añade Fraga.
Cannas lamentó que en Galicia esto no sea posible debido a un real decreto de 1988 que prohíbe el uso de esa nomenclatura. “Es necesario cambiar ciertas cosas, cambiar ciertas reglas para que podamos seguir avanzando,” afirmó. Destacó que este cambio no solo beneficiaría a las familias bodegueras que dependen de la industria, sino también al desarrollo de un tejido empresarial renovador y con futuro. “La fórmula para alcanzar la excelencia en los vinos gallegos se resume en calidad = conocimiento técnico + experiencia × origen. Es este último factor el que multiplica el valor del producto y lo diferencia en mercados internacionales”, añadía Cannas.
Modelos internacionales: inspiración y desafíos
El análisis de sistemas internacionales como Burdeos, Borgoña y Alemania ofrece lecciones valiosas. Mientras Burdeos sigue un modelo comercial polémico y desfasado, Borgoña se centra en la clasificación por parcelas, una tradición que realza el terroir. En Alemania, asociaciones privadas como VDP lideran el prestigio mundial con regulaciones más estrictas que las estatales.
Sin embargo, este enfoque enfrenta obstáculos desde la administración y el marco legal. Pese a la coincidencia entre profesionales del sector sobre la necesidad de una pirámide de calidad en Galicia, “la administración sigue negando esta posibilidad”. Según Cannas, “es triste que no se escuchen más voces que las de las D.O., mientras otros profesionales, que viajamos y conocemos los mercados internacionales, somos ignorados”.
El futuro del vino gallego requiere reformas estructurales y un cambio en la legislación que permita avanzar hacia modelos más flexibles e innovadores. Como conclusión, el mensaje es claro: el sector gallego tiene la oportunidad de posicionarse como un referente de calidad, pero el tiempo para aprovechar este tren parece estar agotándose.
Todas las etiquetas de vino que existen a nivel mundial se pueden resumir en tres grandes tipografías: un nombre icónico, un gag divertido o una nomenclatura que tiene que ver con un lugar, añadieron los expertos del INGAVI.
“En los años 70-80 se crea esta terminología, viejo mundo y nuevo mundo, para lo que no es Europa y en estos países de nuevo mundo empiezan a etiquetar con el nombre de la variedad. Pero realmente aquí en Europa lo que existía anteriormente y sigue existiendo para un público conocedor, para un público que está dispuesto a pagar botellas de vino en decenas de euros, lo que aparece es una nomenclatura que tiene que ver con un lugar. Es el nombre del lugar por lo que tú pagas más o menos vino”, añadían.
“La administración es– o un consejo regulador, que al final también es un ente administrativo, – quien tiene la capacidad real para modificar todo esto. Es necesario salir de esa visión un poco cortoplacista, de embudo, parece que todo se frena ahí en las fronteras: por desconocimiento, por falta de un equipo multidisciplinar que vea un ángulo más amplio y mirar otros modelos. Hablamos de particularidades orográficas y climáticas homogéneas, de suelo y clima, y de una dimensión cultural común”, defiende Fraga. “La identidad de un vino tiene que volver al nombre de origen, que es el nombre del lugar, el nombre de lo local”, finalizó.