Escribir sobre vino

Hay algo especialmente difícil en escribir sobre vinos. O sobre viñedo, o sobre campo y vendimia, y elaborar o embotellar, o vender vino. Es una de las muchas actividades humanas que se determinan desde el gusto particular de cada quien. Es una de las muchas actividades humanas que requieren de gusto, capacidad y entendimiento para llegar a un buen fin. Y es una de las actividades humanas que, dependiendo más que ninguna del azar, más tiene de impronta personal en su elaboración.

Y todo esto vuelve muy difícil escribir sobre vino.

Decía Plutarco que “el vino es la vida y, como la vida, merece un esfuerzo”. El esfuerzo es el de quien pone coraje, tesón y fuerzas en elaborar algo que, al fin y al cabo, no es más que un producto de consumo. El vino, incluso el que nos gusta a algunos (pocos) mal llamados “frikis” o “enterados” o irresponsables por una parte de la crítica y el “establishment”, incluso ese vino, digo, es únicamente un producto de consumo.

Entonces, ¿a qué tanta historia? ¿Por qué tinta y horas de radio y paginas web dedicadas a decir que algo que es, básicamente, un jersey, o unas medias, o un caramelo, está culturalmente, moralmente y filosóficamente por encima del bien y del mal?, ¿a qué tanta tontería?

Erich Fromm, el filósofo alemán, dejó escrito de que modo el mundo moderno, el capitalismo, el consumismo y la manera de ver la vida de toda una generación, nuestra generación, nos iba a distanciar de modo inevitable de la esencia de lo efímero.

Fromm dijo que “el ser humano actual se caracteriza por su pasividad y se identifica con los valores del mercado porque el hombre se ha transformado a sí mismo en un bien de consumo y siente su vida como un capital que debe invertirse provechosamente. El hombre se ha convertido en un consumidor eterno, y el mundo para él no es más que un objeto para calmar su apetito

Así que sí, hacer vino es como hacer ganchillo. O croquetas. Otra cosa más que consumir, otro producto que gastar. Esta es una verdad que hace viable, incluso obligado, elaborar vino como quien calceta o monta un mueble. Mecánicamente, sin pasión, sin corazón. Sólo con cabeza. Así es la industria, eso se espera de ella y así opera y actúa.

Y así debería ser siempre…salvo por un matiz.

Volviendo a Fromm, en su libro “El corazón del hombre”, el autor vaticina que el hombre acabará por destruir el mundo porque actuar como robots, que es lo que implica la sociedad actual, no entra dentro de nuestra naturaleza. Así que, al final, nos volveremos locos y acabaremos con todo.

Supongo que los autores de los grandes vinos que hoy ocupan las mesas de aquellos que realmente creen en la individualidad, el gusto y la especialidad como banderas de un estilo no pensaron en Fromm. Ni en Nietzsche, ni en Locke, ni en nada filosófico, elevado o incierto. Los autores de los grandes vinos que citamos algunos y que a otros enervan y alteran pensaron, seguro, en lluvia, preparados biodinámicos, evitar el oidium sin sistémicos, vendimiar pronto o tarde y cosas así.

Los Algueira, Méndez, Pérez, Pomares, Nanclares, Bernabé, Cano, Maestro, Estévez, Sebio, Alba..etc. Ellos, antes y ahora, no piensan en filosofía, en Plutarco o en que para hacer buen vino hay que ser buena persona. En eso pensamos otros. Estos y otros personajes del vino, que sustentan con sus propias manos un modo de entender la tierra que no se aprovecha de ella si no que colabora con ella piensan solo en llegar a fin de vendimia, en hacer un gran vino que interprete esencialmente lo que la tierra ha dicho y en vender. En vender para vivir otro día, para hacer otro vino, para “echar otra mano” y ver qué cartas salen esta vez.

Y esto es irreproducible. Es imposible repetir y atinar con el azar del agua, la tierra y la vid en relación directa y sin aditivos. Es un auténtico regalo, y estas personas así lo entienden.

Así que sí, escribir sobre vino es dificilísimo. Pero mucho más difícil es hacer vino y que no venga cualquiera y te diga que lo que está rico de verdad es un Rueda de 1,50 euros.

Así de difícil.