Breogán Pereiro, propietario de Adega Terra Brava

“Nos gusta que la gente nos visite y conozca las tripas de una botella de vino”

 

Dice Breogán Pereiro que para hacer este trabajo “hay que ser muy sufrido. Si no lo llevas en la sangre, en el corazón y en la cabeza, es mejor dedicarse a otra cosa”.  Y seguramente tiene razón porque la viticultura, a pesar de todos los adelantos tecnológicos de los últimos años, sigue siendo una profesión de riesgo. Una lluvia intensa, una helada a destiempo o un episodio de granizo pueden echar abajo en dos días o en solo unas horas el esfuerzo y el trabajo de todo un año.  De eso es muy consciente nuestro protagonista, propietario de la bodega “Terra Brava”. Pereiro heredó el amor por la viña de su padre que, lamentablemente, no llegó a ver el triunfo de unos vinos con tanta personalidad como calidad.

Bueno, antes de entrar en materia, hábleme del famoso columpio.

Jajajaja. El famoso columpio vino un poco por rebote porque a mí me encantaba, y me encanta, volar en parapente. Pero vinieron unos años muy malos en los que no tuve tiempo para dedicarle a esta afición y fue entonces cuando decidí montar el columpio. Para mí era lo más parecido a volar y así empezó. Ahora, es una atracción y el 98% de la gente que nos visita se atreve a subir y columpiarse. El otro 2% sólo se sienta para hacerse la foto.

Llevan diez años produciendo vino, ¿cómo surgió el proyecto de Adega Terra Brava?

El proyecto soy yo, básicamente, aunque ahora tengo dos empleados. Empezamos con el tema del vino en 1995 y éramos mi padre, mi madre y yo. Mi padre murió cuando ya teníamos prácticamente todo el viñedo plantado y, finalmente, la bodega la monté solo en 2012. Está ubicada en el antiguo garaje de casa, donde habilité una zona debajo de la roca que es maravillosa para el vino por el tema de la temperatura. La bodega está a unos 45 kilómetros de donde tengo la viña.

¿Tenían alguna vinculación anterior con este sector?

Ninguna. De hecho, nosotros venimos de una tierra de castiñeiros, carballos y toxos, pero no de viñedos. Lo que sucedió es que mi padre era un amante del vino. Le gustaba mucho el tema de las viñas y, como tenía amigos que sí cultivaban y sabían de su pasión, acabaron regalándole un ‘cachito’ de tierra. Y así empezó todo.

En su bodega se elaboran cuatro vinos: un tinto joven, un blanco joven y dos crianzas.

Sí, se elaboran los cuatro, aunque comercializar, sólo comercializamos uno, el tinto joven. Y es que con ese aluvión de visitas que tenemos, prácticamente se nos va todo el vino ahí. Por eso en la web aparece agotado. Hemos decidido no vender más vino de los crianza para poder degustarlo con la gente en las viñas, en las catas que hacemos aquí con los visitantes. Este año, tenemos 700 botellas, que para mí son muchísimas, y no vamos a vender nada fuera. Esperamos llegar algún día a las 1.500 y poder vender alguna. Por el momento, no es posible. Hacemos vinos naturales y para mí es importante que se vea eso, que hay muchas formas de trabajar la tierra sin darle porquerías. Para que todos seamos partícipes en el cuidado de este planeta y que nos dure un poco más.  Me gusta que las personas que nos visitan se den cuenta de que la tierra de esta zona, como muchas otras, es un regalo.

¿Por qué el nombre de “Terra Brava” para su bodega?

Viene en parte por el escritor Anxel Fole, que cuando pasó por O Incio escribió un libro que  tituló “Terra Brava”. Para mí era algo casi obligado porque mi padre dejó ese nombre registrado y esto es en parte por él. Ponerle el nombre fue como un brindis a la salud de Manolo.

¿Hay alguna característica que sea común a los cuatro vinos de “Terra Brava”?

Prácticamente están en la misma ladera. Es decir, que los suelos y la orientación es similar en todas las viñas. También comparten el mimo que ponemos en su elaboración. A mí no me hagas elegir entre uno de ellos, es como si me preguntas a qué hijo quiero más. Cada uno tiene sus cosas, pero todos son especiales. Este año, Luis Paadín le dio en su guía una Medalla de Gran Oro al vino joven, y a los crianzas les dio a los tres medalla de Oro, así que también podemos decir que comparten la calidad y las buenas críticas.  Pero, volviendo a lo que me preguntabas, y para ser más concreto, mucha gente que lleva siguiendo mi trabajo desde hace años sabe distinguir perfectamente nuestros vinos y reconoce a los “Terra Brava”, aunque la botella esté tapada, porque son muy auténticos.

¿Y eso a qué se debe?

Pues no lo sé. Yo parto de la base de que el vino tiene que saber a lo bien que lo hagamos en la viña y a la suerte que tengamos con el clima. No tengo enólogo, yo me encargo de cuidar la viña.

¿Dónde están gustando más sus vinos cuando sobra lo suficiente para vender fuera?

Hemos vendido vino en Estados Unidos, en Holanda, en Corea del Sur… Pero, para mí, lo más importante es mi gente, la que viene a vernos. De hecho, ahora estamos de moda y nos llaman de todas partes. Pero el vino es el que es, no hay una gran producción. Y la verdad es que no soy partidario de expandir, sino de hacerlo cada vez mejor. Cada año aprendemos más cosas porque, como el clima cambia tanto, tenemos que ponernos las pilas. Además, hemos notado que hay cambios muy importantes según cómo trates el viñedo y por ahí seguimos trabajando.

Hablando del clima, ¿cómo están llevando esos episodios fuera de lo normal que está trayendo consigo el cambio climático?

Esta era una zona de las más mágicas que había. Incluso los paisanos te decían que con sólo dos o tres tratamientos sacabas la cosecha adelante, cuando en otras zonas de Galicia necesitaban muchos más. Ahora, el problema es que las estaciones no están marcadas, hace calor cuando tendría que hacer frío y viceversa. Es algo que nos tiene muy alerta y nos hace sentir muy pequeñitos. A veces, el trabajo se nos complica mucho más de lo que esperábamos.

Otra de las peculiaridades de su viñedo es que tiene un Lagar.

El Lagar es un regalo de estos que te brinda la naturaleza. Todo fue porque en la última viña que compramos había unas ruinas de piedra y, aunque mi padre tenía ganas de hacer algo, las cosas no pudieron ser y al final lo monté yo y lo preparé para quedarme, para no tener que hacer todos los días la ruta de O Incio al viñedo. Tiene 30 metros cuadrados, más un altillo que tiene ahora de 15, donde estaba el dormitorio. Y en la esquina de la cocina fue donde nos apareció la piedra del lagar y ahora ya está habilitado. Es donde tenemos nuestra oficina, con unas vistas impresionantes al Cañón del Sil. Es un sitio mágico.

La Ribeira Sacra está de moda, ¿lo han notado en las ventas?

Po supuesto. De hecho, si algo de bueno trajo esta pandemia fue la posibilidad de que mucha gente se acercara a conocer esta tierra en vez de irse de viaje al extranjero. El año pasado, tuvimos muchos españoles, pero éste ya hemos tenido también visitantes de Israel, Canadá, Estados Unidos, Noruega… Este verano no paramos y es que esta zona engancha y enamora. La oferta turística, el paisaje y lo bien que se está haciendo por parte de las bodegas tiene ese efecto llamada tan importante para que siga viniendo gente a conocernos.

¿Qué aceptación tienen sus rutas a pie de viña?

Fantástica desde el primer momento. Hemos tenido que aprender mucho sobre la marcha, pero ha sido fantástico. Nuestro viñedo está en terrazas, pero con muy buen acceso, y la visita la pueden hacer desde niños a personas de 80 años, si están bien de salud. También aceptamos mascotas, por lo que son bienvenidos los que quieran venir con su perro. Nos parece maravilloso.  Nos gusta que la gente conozca las tripas de la botella y, aunque teníamos algo de miedo al principio de que los visitantes cortasen los racimos, no pasó nada porque la gente que nos visita respeta un montón el entorno. La ruta suele llevar unos 20 minutos y la cata algo más, pero también depende del día, de las personas… Nunca hemos echado a nadie por querer probar el vino (risas).  La ruta la hacen solos, buscamos esa intimidad para los visitantes, que se vayan parando y que la hagan a su ritmo. Está toda señalizada y con paneles informativos que les explican las características del viñedo y de las diferentes variedades.

¿Qué es lo que más les llama la atención de la visita, qué le comentan tras el recorrido por las viñas?

Alucinan con el trabajo que hay en esta ladera. Es una de las cosas que más llaman la atención. Y otra que, después de conocer lo que hay detrás, me dicen que el vino les parece barato. Se dan cuenta de que aquí todo el trabajo es manual, no entra ningún tractor, y valoran más si cabe el esfuerzo que hay detrás de cada botella. Hay gente, por ejemplo, que ya ha venido 5 veces a visitarnos porque se ha enamorado de esto.

Atreverse a elaborar vino como el suyo, en una zona donde a lo mejor una hora de granizo arruina el trabajo de un año, es de valientes

La verdad es que sí. De hecho, nos ha pasado lo de perder casi toda la producción por una incidencia climatológica. Pero cuando estás haciendo bien el trabajo, aunque pierdas un año, los clientes esperan y siguen confiando en ti. Y un año, quieras o no, al final pasa rápido. Para hacer este trabajo, hay que ser muy sufrido. Si no lo llevas en la sangre, en el corazón y en la cabeza, es mejor dedicarse a otra cosa.