Buscando vinos orgullosos

Antonio PortelaCuando el poeta lamentaba la “longa noite de pedra” reflejaba una realidad que inundaba cualquier espacio en la vida de los gallegos. Pero siempre habrá faros que iluminen, que sean quién de buscar la luz y enfocarla hacia donde nadie mira, o no quiere mirar. Luminarias que prenden para ser referencias y, aunque primero intenten apagarlas, luego serán seguidas sin pudor.

La viticultura moderna gallega arrastra a “longa noite de pedra” de su pasado, y desconocer-perder los frutos de la experiencia acumulada de generaciones de viticultores supone un freno que retarda la búsqueda de la viticultura de calidad, aquella referida al mejor vino posible en un lugar concreto.

Por su parte las técnicas modernas de la viticultura agronómica no trajeron el fruto prometido, más bien extendieron prejuicios fundamentados en supuestos científicos periódicamente revisados y remplazados.

Sin embargo vamos lanzados cara un futuro de esplendor en los vinos gallegos, desde un presente en ebullición, en una continua efervescencia que es una búsqueda en la que todo es posible y todo se puede intentar. Pero se realiza sobre un pasado sin pistas que nos ayuden a balancear la dirección, a ser más certeros en los pasos a dar. Además carecíamos de orgullo, y el orgullo es un factor que acelera el avance, su ausencia resta visibilidad, primero entre nosotros y luego cara a los demás. Sin orgullo no hay luz propia, esa que ilumina con nitidez el camino, sin el dominan los reflejos distorsionadores.

Este crecimiento, como en ondas expansivas, del océano vitícola gallego a veces encuentra construcciones artificiales que impiden su avance, entes individuales o colectivos necesitados de una puesta al ritmo de los tiempos, sobre todo de los tiempos que vendrán, para que no se conviertan en un freno o un estorbo.

Siguiendo este hilo argumental deberíamos meditar, aunque fuera sólo eso, sobre algunos desempeños de las denominaciones de origen, que por momentos parecen no darse cuenta de estar alimentando la revuelta, y con ello que la marea suba hasta desbordar las contenciones.

La labor primigenia de las denominaciones de origen era y es la de preservar la identidad de un producto asociado a un origen, y para ello regular y controlar como función necesaria, y de forma concienzuda. En resumen gran producto necesitado de amparo, promoción y protección frente a imitadores y a elaboraciones que no cumplieran los cánones establecidos.

En sus inicios fueron los vinos defectuosos, o con intervenciones imitadoras de otros orígenes y gustos, los que vieron frustrados, gracias a la labor de los consellos reguladores, sus deseos de contraetiquetas y de aprovechar con ellas el tirón comercial que proporcionaba su amparo. Pero esa época está quedando atrás, ahora que las elaboraciones más caseras son mucho menos defectuosas y que la imitación de otros parámetros está en desuso porque empieza a vender más lo propio, los que están en la mirilla del disparo regulador son las elaboraciones más avanzadas o vanguardistas, esas que en algunos casos, las realizadas con mayor fundamento, llegan a convertirse en faros que van iluminando lo que queda de la “longa noite de pedra” o aportando luz a los nuevos caminos sobre la potencialidad de nuestra materia prima vitícola, del origen, del terroir.

Muchos de estos vinos son descalificados porque no se ciñen a los criterios y parámetros que siguen los paneles de cata de los consejos reguladores. Estas nuevas elaboraciones, en la mayoría de los casos basadas en la vuelta al origen, a la tradición o a la mínima intervención, y sobre todo al respeto por el fruto de viñedos que se cuidan con la máxima devoción, con el máximo respeto, con los parámetros vitícolas que definen a los grandes vinos del mundo, con respeto al entorno y a nosotros: consumidores que buscamos productos que estimulen sin intermediarios los sentidos. Para mí estos elaboradores son un valor que enriquecen un territorio.

Si sigue esta dinámica seguramente dentro de no muchas añadas beberemos de una misma bodega vinos con contraetiqueta y vinos sin ella, y llegaremos a asociar a éste último vino como el de más calidad, o el de más autenticidad.