MADEIRA: ISLA REMOTA, VINOS PROFUNDOS. I Parte.

Cuadernos Viaje de Luis & Alejandro Paadín

Hay veces en las que la terminología de cata puede resultar confusa hasta para los más avezados catadores. El vino protagonista de este artículo es tan genuino que ha sido capaz de generar un término de cata en referencia a su vinificación, única en el mundo. La palabra en cuestión es “maderizado” y hace alusión a aquellos vinos blancos oxidados que recuerdan a los Vinos de Madeira.  Por su misma raíz semántica es un término fácilmente confundible con “amaderado” (que recuerda a su estancia en barrica), pero lejos el uno del otro en la práctica.

ORIGEN DEL VINO DE MADEIRA

Pocas son las regiones vitivinícolas que consiguen crear un estilo único, de forma accidental y además inimitable. Madeira es un caso de estudio. La historia de la colonización de las islas está repleta del misterio y de las hazañas inherentes a las leyendas marineras de los siglos XIV y XV: corsarios, barcos a la deriva, fugas con doncellas nobles, rescates en mazmorras decadentes… Pero se puede decir que su descubrimiento y asentamiento oficial fue en el año 1418 por el capitán portugués Juan Golçalves (Zarco el Tuerto) y el genovés Perestello, tras arribar a Porto Santo. Ambas islas estaban totalmente deshabitadas.

La isla se bautizó como “Madeira” por el frondoso bosque que trepaba desde las playas hasta casi alcanzar Pico Ruibo a más de 1.800 msnm. Tras volver la embarcación a Portugal, el príncipe Enrique “El Navegante”, le otorgó el control de las islas a Zarco, obligándole a plantar caña de azúcar de Sicilia y vides de Creta (posiblemente Malvasía) para abastecer al reino y no depender de los turcos, por entonces amos y señores de la producción de azúcar. La isla de Madeira era tan frondosa, que para acometer semejante encargo, tuvieron que provocar incendios selectivos por todo el territorio.

La caña de azúcar se dio tan bien, que la región se convirtió a principios del siglo XVI en el mayor productor mundial, cayendo el precio de ésta hasta la mitad. Aunque el vino de Madeira ya se exportaba a Inglaterra a mediados del siglo XV, no sería hasta el descubrimiento de América cuando sufriría un cambio revolucionario.

Con las nuevas plantaciones de caña de azúcar en Brasil, que contaban con mejores cosechas y mano de obra esclava, Madeira centró su empeño en el vino. Aunque por sus particularidades geográficas y climáticas el vino resultante era ligero y ácido, las recientes rutas comerciales jugaron a su favor. El comercio con Europa nunca había sido su fuerte, los ingleses preferían los sack de Jerez y Málaga o incluso los Canary Sack de la época, pero tras la colonización de nuevos territorios en América del Norte, las Indias Occidentales necesitaban vino para abastecerse. Durante la breve Mancomunidad de Inglaterra en el siglo XVII, el Lord Protector de la República Oliver Cromwell proclamó las Actas de Navegación: una batería de leyes que otorgaba el monopolio del comercio con las colonias a la flota inglesa. Lo que a la postre fue el detonante de la hegemonía marítimo-comercial de Inglaterra, también sentó las bases del descontento que, tras un siglo de medidas proteccionistas similares, acabó materializándose como la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos de América.

Mientras los productores de vino europeo tenían que pasar por las aduanas inglesas para llevar su mercancía al Nuevo Mundo anglosajón, Madeira eludió este requisito. Por los vientos y las corrientes marinas, casi todos los barcos que partían de Inglaterra al Nuevo Mundo hacían una parada en la isla portuguesa y aprovechaban para cargar sus bodegas de vino sin el consecuente gravamen aduanero. En esta época, la variedad de uva ya comenzaba a marcar el estilo del vino, siendo los Malmsey los más preciados para los vinos dulces y la Sercial para las elaboraciones secas. Si para los consumidores ingleses el vino de Madeira resultaba insulso, para los norteamericanos era, como poco, sorprendente. Esta información llegó a oídos de Londres y entonces empezaron a prestarle atención: las largas travesías lejos de estropear el vino, le favorecían.

Cuando el capitán James Cook se abasteció del vino de Madeira (13.650 litros para los 94 hombres enrolados en el Endeavour) en su travesía hacia Australia en 1768, el vino fue adulterado con “brandy” para facilitar su conservación en los más de dos años que duraría la travesía. En esta época, una nueva ruta comercial establecería el mercado regular para los vinateros de la isla: ya no sólo abastecían a los barcos con destino a Norteamérica, sino también a los que se dirigían a las colonias británicas en la Indias Orientales.

Ya era de dominio público el hecho de que el vino de Madeira se veía beneficiado de los viajes largos a través de los trópicos, y si un viaje de este tipo suavizada y daba complejidad al vino, qué no harían dos viajes. En la segunda mitad del siglo XVIII, Londres utilizaba barricas de vino de Madeira como lastre en las embarcaciones de ida y vuelta a las Indias Occidentales y Orientales. Nacía el Vinho de Roda.

A pesar de que ya se forzaba el enranciamiento del vino de Madeira en origen (en Funchal se almacenaban en pipas abiertas en almacenes a altas temperaturas) y en destino (se embotellaban en garrafas de cristal expuestas al oxígeno y al calor), era la primera vez que se usaba el trayecto de un vino para definir un estilo propio.

Con la invención de los barcos de vapor, cae en desuso la utilidad de las barricas como lastre, haciendo del Vinho de Roda un sistema costoso e incómodo, por lo que a finales del siglo XVIII se buscaron herramientas de vinificación alternativas como las actualmente imperantes estufas. Aunque el método tradicional, y con el que nació el estilo “maderizado”, desapareció en la Primera Guerra Mundial, hay algunos experimentos y bodegas que puntualmente se han atrevido a emular una de las crianzas más genuinas del mundo del vino: el Vinho de Roda.

SUELO Y CLIMA

El archipiélago de Madeira es un conjunto situado a unos 600 km de la costa africana y que consta de dos islas habitadas y de tres pequeñas islas denominadas Islas Desiertas. Las condiciones geográficas y geológicas de las dos islas principales, Madeira y Porto Santo, hacen que su clima y sus condiciones de viticultura sean bastante distintas. Mientras la pequeña Porto Santo (42 km2) tiene un clima más árido y seco con una playa de arena blanca de 9 km, la altitud del Pico Ruivo en la isla de Madeira (741 km2) atrapa las nubes favoreciendo una alta humedad y un clima casi subtropical.

La mayor exposición a los vientos de Porto Santo, obliga muchas veces a proteger los viñedos con muros de piedra. Además, sus suelos con mayores compuestos calcáreos reducen la acidez de algunas de las variedades más adaptadas a la isla como la Caracol o la Listrão.

Dado su tamaño y condiciones climáticas y geológicas, la isla de Madeira es el principal suministrador de uvas para la elaboración del vino fortificado homónimo. Los suelos de la isla son preponderantemente volcánicos, con el basalto como protagonista. En general, tienen una textura arcillosa y, químicamente son muy ácidos (en ocasiones hasta son tratados con cal), ricos en materia orgánica, magnesio y hierro, pero pobres en potasio y equilibrados en fósforo. Al tener pendientes tan acusadas, la distribución mineral del suelo puede variar notablemente en apenas unos kilómetros.

La isla se caracteriza por sus microclimas (en el mismo día pueden tener las 4 estaciones), con veranos cálidos y húmedos e inviernos suaves. En cuanto a las precipitaciones, los valores medios anuales van desde los más de 3.000 mm de las zonas más altas a los 500 mm en la costa sur, en la cota 0. Normalmente, en el otoño y el invierno se concentra el 75% de la precipitación total anual, mientras en la primavera, llueve poco más de 20% y en verano menos del 5%.

Aunque las precipitaciones aumentan con la altitud, este efecto es más pronunciado en la costa sur. Para redistribuir el agua de las zonas más altas por toda la isla, en el siglo XV se comenzó a tejer una red de “levadas” (canales de agua) con más de 2.150 km de extensión de los cuales 40 km son “furados” (túneles) en las montañas. Actualmente las levadas son uno de los mayores reclamos turísticos de la isla y algunos tramos aún se utilizan para regadío.

La gran diferencia de humedad y de horas de sol, hace que el ciclo vegetal sea más prematuro en la costa norte (zona más húmeda), pero que la vendimia sea más temprana en la isla sur (más seca sobre todo en cotas inferiores a los 150 msnm). La altitud es también fundamental ya que por cada 100 metros que ascendemos, la temperatura baja 1ºC, siendo este cambio más acusado en la costa sur.

Las condiciones geológicas de la isla, su pendiente y la concentración parcelaria, hace que la extensión media de un viñedo sea de 3 ha, repartido a su vez en varias parcelas. En total unos 1.600 viticultores (de una edad media de 55-60 años) se reparten las 500 hectáreasde la isla con un rendimiento medio de 9.000 kg/ha (poco más de la mitad del permitido por reglamento). Pese a que gran parte de las viñas están bastante desaliñadas, su edad media ronda los 30-40 años y dada la escasez de espacio en la isla, las nuevas plantaciones suelen ser reconversiones de antiguos viñedos a explotaciones en ecológico.

Algunos de  los mejores viñedos de la costa sur por debajo de los 150 metros desaparecieron para dejar lugar a plantaciones de bananos y a hoteles y edificios destinados a la explotación turística, principal motor económico de la isla. Recordemos que Madeira ya era un destino turístico hace 300 años.

Estas condiciones de suelo y clima, sin duda marcan el carácter del vino de Madeira y es lo que le confiere unas particularidades únicas en el mundo. Dado su clima subtropical con elevadas humedades y altas temperaturas, las uvas acumulan muchos azúcares que pueden ser convertidos en alcohol o mantenerse en mayor concentración tras la fortificación. Sus suelos pronunciadamente ácidos, permiten que haya vinos que alcancen los 12 gr/l de acidez total con un PH que ronda los 3,25-3,40. Este potencial de envejecimiento, unido a las prácticas culturales, da como resultado un vino único en el mundo.

Aunque esta longeva crianza suele devenir en elevada acidez volátil (hasta 1,8 gr/l en acético), ésta se integra maravillosamente con las notas caramelizadas y oxidativas propias del enranciamiento. En algunos vinos, la volátil puede subir hasta 2-3 gr/l, pero estas elaboraciones no se comercializan y se reservan para subir la potencia aromática de aquellos vinos más cortos.

Los vinos de Madeira probablemente sean algunos de los más longevos (hemos probado ejemplos con más de 120 años que se mantienen en perfecto estado) y una vez abiertas las botellas, éstas pueden conservarse en perfectas condiciones semanas o meses según la crianza y elaboración del vino. Aun teniendo reciente nuestra última visita a la isla, y a pesar de los abruptos aterrizajes en el aeropuerto de Funchal, estamos deseando volver para disfrutar in situ de algunos de los mejores vinos del mundo.

En el próximo artículo, hablaremos en mayor profundidad de las variedades y viticultura de Madeira, de su vinificación, estilos, categorías y del genuino Ron de Madeira.