`Somos bodegueros por un ataque de romanticismo’
Martín Crusat se convirtió en bodeguero casi por ‘obligación’. Tras haber iniciado su carrera en el extranjero y estar asentado en Ámsterdam junto a su mujer, Patricia Elola, la llegada de su hija revolucionó todos sus planes. Así, en 2012, decidieron abandonar sus carreras y regresar a la pequeña parroquia de Goián para iniciar su propia familia donde habían crecido sus ancestros. Las oportunidades laborales no llegaban, así que deciden hacerse cargo de las tres pequeñas parcelas -Casendo, Veque y O Gaiteiro- que había plantado su familia en los años 80 – 2,5 hectáreas dedicadas mayoritariamente a Albariño, Caiño blanco y algo de Loureiro, plantadas sobre suelos mixtos de esquistos, arcillas y cantos rodados de origen fluvial. Desde ese momento, se enamoraron de la viticultura. Esta es la historia de Adega do Vimbio, una bodega de autor con una filosofía sostenible, manual y cercana a la tierra.
¿Cuáles son los orígenes de Adega do Vimbio?
La bodega nace en 1985, cuando mis padres compran una casa de campo en Goián (Tomiño), la restauran y replantan 3.000 metros de viñedo, que estaba muy viejo. Se empiezan a ilusionar con el proyecto, porque aún no había nacido ni la D.O Rías Baixas, pero el ambiente era un hervidero – empezaba a sonar, había subvenciones… todo era muy ilusionante. Así que decidieron apostar hasta comprarse 2,5 hectáreas de tierra. Además, mi padre era socio de una cooperativa vitivinícola a principios de los 90.
Tras 27 años de plantar esa primera cepa, Patricia y tú cogéis las riendas de la bodega familiar, ¿recuerdas el momento de tomar esa decisión?
Mi mujer y yo vivíamos en el extranjero, no nos dedicábamos a nada ni relacionado. Yo soy biólogo y me dedicaba a la investigación. Estaba acabando mi posdoctorado en Ámsterdam. Patricia, que es licenciada en medio ambiente, estaba haciendo el sacrificio de estar en Holanda apoyándome, dedicándose a algo que ni siquiera le gustaba. Cuando nos enteramos que íbamos a ser padres, nos volvimos a Galicia. Esto a finales de 2011, plena crisis, imagínate las oportunidades laborales que había en España para trabajar en investigación como biólogo. Justo en esa época mi padre falleció y se quedaron las viñas vacías. Fue una decisión práctica. No es que tuviésemos vocación, la oportunidad se presentó, de algo teníamos que vivir. Así que las empezamos a cuidar, y ahí decidimos construir nuestra pequeña bodega. Nos dio un ataque de romanticismo –risas–. Mi padre ni siquiera quería que me dedicase a esto, siempre decía que la agricultura es complicada. Así que fue una decisión fruto de la necesidad, pero enseguida nos enamoramos de todo este mundo. Trabajar en la naturaleza, al aire libre… decidimos arriesgarnos y mira, no salió mal.
Vuestra visión parte de vuestra formación como biólogo y licenciada en medio ambiente, trabajando con máximo respeto al ciclo del viñedo y a la tierra que lo sustenta. ¿Qué supone esta filosofía a la hora de trabajar?
Nosotros tuvimos claro desde el principio que nuestro proyecto tenía que tener un componente de apego y respeto a la tierra. Queríamos desarrollar un cultivo ecológico, pero tras muchas lágrimas, perdiendo cosechas… Nos dimos cuenta de que en el valle del Miño no era posible.
Modificamos el plan, pero seguimos firmes a nuestros valores: nuestro cultivo es siempre muy respetuoso, hacemos agricultura regenerativa: no aramos la tierra, utilizamos sólo abonos naturales, no utilizamos insecticidas… sólo los tratamientos imprescindibles para tratar la viña contra las plagas de la zona.
Siempre que se hereda un proyecto familiar, hay que guardar un equilibrio entre generaciones. ¿Qué crees que habéis mantenido intacto y qué habéis modificado bajo vuestra dirección?
Mantenemos el apego que tenían mi padre y mi madre por la tierra y la identidad de la uva de Goián – Rosal Rías Baixas – que era muy especial y tenía unas características únicas, creando vinos de altísima calidad. Nosotros siempre hemos mantenido ese apego a la tierra. Con nuestros vinos pretendemos darle a probar a la gente a lo que sabe nuestra tierra. ¿Qué cambia? Sin duda, la visión. Mi padre, también fruto de la época que le tocó vivir, buscaba mayor rendimiento. También, por ejemplo, vendía uva. Nosotros sólo buscamos alta calidad.
En 2020 decidís abandonar las directrices de la Denominación de Origen Rías Baixas, para poder elaborar libremente nuestros vinos con la mínima intervención y que así expresen mejor su terroir.
En 2018, decidimos abandonarla voluntariamente. Fue una decisión complicada, porque mi padre había sido uno de los primeros viticultores de la zona con un volumen importante y estaba involucrado tanto como viticultor como bodeguero. Siempre creímos que ese era nuestro lugar, pero una vez que empezamos a hacer vino nos dimos cuenta de que mantener el sello era muy restrictivo en cuanto a nuestra filosofía para hacer el vino. No compramos levaduras, no usamos encimas y no hay ningún tipo de aroma artificial. Por tanto, hacemos un vino más de autor.
Utilizamos nuestra propia uva, nuestra propia levadura, es lo que es Adegas do Vimbio, queremos representar solamente a nuestra pequeña finca. Desde el principio nos dimos cuenta de que a nuestro cliente no le importaba la denominación de origen. Querían el proyecto, no la D.O. Los exportadores tanto internacionales como locales visitan mi viña, creen en nosotros. Venden nuestro vino como perteneciente a una zona geográfica y con un tipo de uva determinado, pero que sólo representa a nuestro terroir. Es un vino de autor, entramos en otra liga. Incluso podemos decir que nos ha venido bien, porque ya no existe una referencia para compararte en cuanto a precio. Somos un vino de autor, y así somos más libres.
Cuando tienen la oportunidad de escuchar feedback de sus clientes, ¿qué es lo que más les sorprende de las diferentes variedades?
Un comentario que nos gusta mucho, es uno que nos suele hacer gente de la zona de ‘toda la vida’. Dicen: ‘me recuerda a los vinos que tomábamos antaño’. Eso nos llena de orgullo, porque era precisamente lo que queríamos, que no se perdieran las notas tradicionales en un mundo demasiado tecnológico y tendente a homogeneizar los sabores de todos los vinos de una zona tan heterogénea como las Rías Baixas.
Trabajáis también la línea ‘naturis’, vinos sin sulfitos, sin clarificar ni filtrar, ¿tienen buena acogida en el mercado?
La empezamos a hacer experimentalmente con la idea de desafiar todos los dogmas. No echamos sulfuros, no controlamos temperatura, no filtramos. No hacemos nada de lo que tecnológicamente se supone que se debe hacer. No son vinos convencionales, son más frescos y más jóvenes en el sentido de lo que te puedes imaginar de un vino. Más juveniles, para mercados más canallas y que valoran mucho los ‘ferales’. Este es un juego de palabras, quiere decir ‘salvaje’, vinos que vuelven a lo salvaje.
Tiene su salida, en Estados Unidos gustan bastante, aunque también tenemos clientes en Europa y pocos en España. Es una línea pequeña, de 500 o 600 botellas. Algunos gustan mucho, pero siempre es destinado a un mercado más urbano.
¿A dónde exportáis / vendéis más?
Vendemos aproximadamente la mitad fuera de España, y la otra mitad aquí. Normalmente en el extranjero los vinos gallegos tienen más acogida: Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Irlanda y Holanda son nuestros principales consumidores.
Tras doce años, ¿cómo valoráis el recorrido de la bodega?
Estamos contentos de lo que hemos logrado. Partíamos de cero prácticamente. Ha sido un camino duro: levantar una bodega y romper tus esquemas mentales para dedicarse al campo cuesta mucho. Y ahora creemos que ya hemos conseguido la parte más difícil, que era lograr que valoren nuestra marca. Después de 10 años de trabajo, esto está hecho. Ahora toca consolidarlo para dejárselo –esperemos– a una generación venidera.
¿Cómo resultó la última vendimia?
Fue una buena vendimia, veníamos de años muy duros. El año pasado fue difícil también, pero conseguimos un buen rendimiento y de muy alta calidad. Saldrán al mercado unas 12.000 botellas, un poco por debajo de lo que esperábamos, pero de una magnífica cosecha.
¿Proyectos a la vista este año que comienza?
Empezamos a exportar a Japón los ‘naturis’. Queremos ampliar la bodega, desarrollar más la línea del naturismo… y así lo más reseñable que puedo decir es que estamos desarrollando otra línea de vinos tintos con un enólogo y un viticultor local, una eminencia aquí en la viticultura Joaquín Álvarez ‘Quin de Goián’. Lo que estamos haciendo es sacar adelante esos vinos tintos que él recuerda de la zona, rescatar esas variedades ancestrales, grandes tintos que se bebían. En definitiva, plasmar la memoria de Quin en una botella. Un proyecto realmente interesante.
Y paralelamente, ya fuera del mundo del vino, tenemos Viravolta cocina retornada, un proyecto que desarrollamos los dos también: hacemos salsas internacionales, pero con ingredientes gallegos.
¿Adegas do Vimbio se puede visitar?
Sí hacemos visitas bajo reserva. Sólo somos mi mujer y yo, por eso siempre con antelación. Al finalizar la visitar, ofrecemos una cata.
Déjanos un maridaje de 10 con alguno de vuestros vinos, copa y comida para un domingo soleado, con calma.
Nosotros creemos que un vino blanco como los nuestros, que tienen cuerpo acidez, estructura y que son muy largos, marinan prácticamente con todo. Pero a mi personalmente, me gustan con arroces. Para este domingo, una copa de Vimbio y una paella de monte es mi plan 10.