En Galicia, el país de la lluvia, están ocurriendo cosas muy extrañas, hace años que lo venimos notando, los valles del Ribeiro, del Sil y Monterrei siempre fueron cálidos en verano, y fríos en invierno, nada que ver con la costa, pero hace unos años que los inviernos no son inviernos y el verano es un infierno. Las olas de calor, se suceden desde finales de Mayo y el verano finaliza en Otoño. Uno podría pensar que es maravilloso, un verano más largo y un invierno más corto y suave; pero en el mundo del vino todos sabemos que para que la vid desarrolle su potencial y pueda dar los mejores frutos requiere de un periodo de heladas invernales adecuado. Un inicio de primavera lluvioso y suave y un verano seco y soleado, no en exceso. Los valles del Avia, Miño interior, Sil y Támega siempre han tenido estas características, algo que sorprende a más de uno, pero es que la provincia de Ourense siempre fue el lugar de Galicia más óptimo para el cultivo de la vid, y lo sigue siendo, pero hoy se enfrenta a un reto, los veranos se han convertido en un infierno, y no es un cuento. Las olas de calor se han sucedido, los incendios han asolado bosques, poblaciones y cultivos, la vid ha sufrido como nunca, y el infierno ha tomado como rehenes a una población envejecida, un rural en caída libre desde hace años. Si el cambio climático es una realidad y las comarcas del sur de Galicia son el laboratorio, ¿Qué estamos haciendo para contrarrestar este infierno?
Los mayores cursos fluviales de Galicia – que paradoja – están en las comarcas vitivinícolas del interior. Los bosques de frondosas y de vegetación autóctona más importantes de Galicia están en las comarcas del interior, sobre todo las ourensanas y lucenses. Galicia es todavía un lugar desconocido hasta para los propios gallegos. De hecho lo más importante para que un lugar no tenga contestación social y no reclame es anestesiarlo, sacarle todo aquello que lo empodera y lo revaloriza y tirarlo a la hoguera. En eso andamos, mientras el viñedo de la provincia de Ourense decrece y la población sigue mirando al cielo. Ahora están los incendios, luego vendrán las soluciones rápidas, se hablará de dinero, como quien habla de hacer una fiesta gastronómica, al pueblo pan y circo, el futuro es otra cosa, queda lejos. Quien tiene el apoyo del pueblo para mandar en Galicia ejerce su tutela paternalista, no quiere que sus hijos se emancipen, y para eso lo más importante es pensar que el futuro es quedarse como estamos, esperar a que llueva y sacar los santos a pasear. Siempre habrá un culpable, un terrorista, un chivo expiatorio, y también un conejo en la chistera, una gran factoría como solución a todos los problemas del mundo, podemos llamarlo Altri o como queramos. Mientras, como la rana en una cazuela que se va calentado poco a poco, nos acostumbraremos a este infierno que nos está matando poco a poco. Un dato anecdótico, en el año 1920 en la comarca vitivinícola por excelencia de Galicia, el Ribeiro, había 10 mil hectáreas y se producían cerca de 80 millones de litros de vino. En el año 2020 quedaban 1.200 hectáreas y se producía cerca de 10 millones de litros de vino. Cuando se cierre el año 2025 veremos como el Ribeiro ha bajado de las 1.000 ha y no llegará ni a los 10 millones de litros. Por el medio han dejado las viñas, cerrado bodegas y abandonado las aldeas y villas de esta comarca más de 5000 familias. Está claro que el rural se va desangrando y ardiendo a fuego lento. Y la solución son macrogranjas, macrobodegas, macroviñas, macroeconómia de unos pocos, que reducen la vida en las aldeas a un nuevo hábitat invadido por la maleza, idoneo para jabalíes, zorros y corzos, paseantes de espacios antaño cultivados y hoy abandonados. Un lugar donde los viejos viticultores afilan sus tijeras de podar mientras ven arder todos sus sueños.




