“Hay gente obsesionada con hacer siempre el mismo vino, yo creo que hay que interpretar el año, el sitio, la viña…”
Julio Mourelle estudió Farmacia, una carrera que le dio la oportunidad de conocer de primera mano el mundo del vino, del que cuenta que enseguida se enamoró por todo ese lado creativo que representaba. De esta forma, decidió seguir estudiando en California, donde estuvo trabajando varios años en bodegas del Valle de Napa. A su regreso a España comenzó a trabajar en Pagos de Familia Marqués de Griñón, en donde colaboró estrechamente con un visionario del sector, Carlos Falcó, recientemente fallecido: “Quería mucho a Carlos, él tuvo el valor de coger una finca familiar que nunca había producido vino pero que tenía buena pinta para el viñedo y empezar una aventura de la nada”. Ya de vuelta a su Galicia natal como asesor colabora, entre otras bodegas, con Finca Míllara, que apuesta por su sabiduría y buen olfato en pleno proceso de expansión e internacionalización.
¿Cómo llegó al mundo de la enología después de haber estudiado Farmacia? ¿Qué tienen en común?
Francamente, todo. Farmacia es una titulación muy amplia que cubre un poco de prácticamente todas las ciencias pero, sobre todo, de Química y Biología. Hablamos también de Microbiología, de Química del suelo… Muchas cosas que realmente te facultan para la enología, que es una profesión en la que te viene muy bien saber un poco de todo. Y, posteriormente, cuando me especialicé en viticultura y enología, ya tenía un poco de ese conocimiento básico preparado.
¿Pero por qué la enología, qué le conquistó?
Recuerdo que, en tercero o cuarto de carrera, ya hicimos una parte de análisis clínico de los alimentos. Empezamos a analizar vinos y coincidió un poco con el boom del albariño en las Rías Baixas. De alguna manera, ves que te gusta, que es muy interesante. Además, de forma inconsciente, yo sabía que necesitaba algo creativo. En esta profesión, trabajas con un año y un sitio y todos los años son diferentes. Era algo que me resultaba muy atractivo. Fue ahí cuando empecé a pensar en dedicarme a esto.
¿Tenía alguna vinculación familiar con este mundo?
Ninguna, más allá de que a mi padre le encanta el vino.
En los 25 años que lleva trabajando en el sector del vino, ¿se ha arrepentido alguna vez de esa decisión?
Pues como casi todo el mundo. Supongo que todos tenemos esos momentos, pero nunca muy en serio.
¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo, esa parte creativa a la que se refería al principio?
Sí, es un poco ese desafío de todos los años. Cada temporada se rompe la foto y tienes que hacer el puzle. Muchas veces tienes que interpretar las viñas y el año como si de aterrizar un avión se tratara. El piloto tiene que hacer tres o cuatro cosas que están coordinadas entre sí para que el aterrizaje sea suave y nuestro papel es el de hacer aterrizar la vendimia. Cada año tienes que intentar que aterrice de forma elegante, de forma coordinada, que no haya nada que destaque demasiado. Que haya una armonía, en definitiva.
Hay enólogos a los que les gusta intervenir mucho en el proceso de elaboración y otros a los que les gusta dejar hacer al vino. ¿De qué tipo es usted?
La verdad es que nunca lo había pensado. Es cierto que hay gente que se obsesiona con hacer siempre el mismo vino y yo creo que hay que interpretar el año, tu sitio, los viñedos… Estuve 25 años como máximo responsable de una bodega y ahora llevo tres como consulto. Y cuando recibía a los consultores en mi anterior trabajo, siempre aprendí algo de ellos. Ahí ves a gente que viene un poco con la fórmula hecha y a otros que escuchan y llegan a un consenso. Soy un poco más de dejar que si el año viene de una forma, que se exprese. Aunque aquí se plantea otra pregunta: ¿para quién haces el vino, para el mercado o para ti?. No lo sé muy bien, creo que al primero que le debe de gustar es a ti, sino es imposible.
Ha trabajado en Estados Unidos y en Europa. ¿Hay alguna diferencia a la hora de abordar la viticultura?
Sí, aunque ha ido cambiando con el tiempo. Estudié en la Universidad de California y trabajé en bodegas del Valle de Napa, que muy fértil, los costes son muy altos y se producen vinos muy caros. Estaban bastante obsesionados con la productividad y en Europa los viñedos, normalmente, estaban plantados en zonas de suelos muy pobres, que no valían para otros cultivos de mayor rendimiento y no había una obsesión tan grande en ese sentido. Por otra parte, en Estados Unidos casi todas las bodegas se abastecen prácticamente de sus propios viñedos, mientras que en Europa hay muchas bodegas que compran uva. Son dos mundos bastante diferentes, por lo menos cuando yo estaba allí. Aunque creo que ahora las cosas están cambiando y se van igualando.
Imagino que para un gallego, que viene de una tierra en la que el minifundio es el rey, ver las bodegas del Valle del Napa con esas grandes extensiones tiene que ser un shock.
Allí la tierra es muy cara y tampoco hay plantaciones muy grandes, aunque sí que es cierto que la viticultura en California es extensiva. Y ya no te cuento en el resto de Estados Unidos. Es diferente, pero ya sabemos que como lo de aquí no va a haber nada (risas).
Trabajó mucho tiempo con el Marqués de Griñón, un auténtico pionero en el sector. ¿Qué le aportaron esos años al lado de una persona como él?
Quería mucho a Carlos, me dio una oportunidad maravillosa de conocer a mucha gente interesante y, sobre todo me enseñó, aunque era algo que yo también creía, que no hay que dar nada por sentado. Él tuvo el valor de coger una finca familiar que nunca había producido vino pero que tenía buena pinta para el viñedo y empezar una aventura de la nada. Y yo tuve la gran suerte de que me dejara las manos libres para buscar nuestro propio camino. Eso, durante casi 30 años, es muy importante. No es habitual estar tanto tiempo en un mismo sitio, ni que te dejen hacer un poco lo que crees. Fue maravilloso.
Creo que uno de sus cometidos era visitar mercados internacionales. ¿Qué tipo de vinos busca ahora mismo la gente?
La verdad es que en los últimos años sí que viajé mucho porque hacíamos vinos muy personales, vinos de Finca, con variedades muy poco conocidas más allá del Cabernet: fuimos los introductores del Syrah en España e hicimos el primer Syrah monovarietal; y también el primer monovarietal de una variedad minoritaria de Burdeos que es el Petit Verdot; llevamos el Graciano fuera de Rioja e hicimos un monovarietal… Eran vinos que había que explicarlos y, por eso, uno de mis cometidos era viajar mucho y estar en los mercados. Así que, con respecto a tu pregunta, es algo que todos querríamos saber: ¿qué quiere el mercado?. Pero creo que más que eso lo que pide al final el cliente es honestidad. Puede sonar sencillo, pero creo que hay mucho vino fuera, mucho vino bueno y, cuando quieres salirte un poco del vino por precio, creo que tu producto debe contar una historia, ser especial. Y eso se consigue trabajando un poco fuera de las modas, labrándote un camino propio. Por ejemplo, me encuentro que hay un montón de gente que habla constantemente de todas las variedades. Y claro que las variedades son importantes y marcan el vino, pero no debemos olvidar que Borgoña, que es la mayor historia del éxito del vino, tiene una variedad blanca y otra tinta. Recuerdo que, cuando era joven, el vino era o Rioja o Ribera, no sabíamos más. Y ahora resulta que todo cambia porque lleva un 2% de no sé qué. Pienso que todo esto nos distrae un poco de trabajar a fondo y de una manera más serie e introspectiva.
¿Pero no es cierto que los vinos frescos y de menor graduación alcohólica son los más demandados hoy en día?
Sí, ahora mismo la gente prefiere consumir vinos frescos. Pero lo de la graduación alcohólica en sí misma no tiene mucho sentido. A ver, creo que todos hemos probado vinos de 14 grados o 14 grados y medio donde no te molesta el alcohol y vinos de 13º donde el alcohol se nota mucho. Es sólo un número. Creo que hay que fijarse más en la sensación del vino en su conjunto. Pero que el perfil del vino sea más fresco, que no canse, que se pueda beber, que te permita acabar la botella, para mí es fundamental. Y se lo digo porque yo tengo en casa algunos vinos, incluso algunos que he hecho yo, que no encuentro la ocasión para beberlos. En el día a día, lo que te apetece es beber de manera fácil, que no simple, que sea agradable y que realmente sea competencia de una cerveza.
¿Y los vinos gallegos triunfan en ese mercado exterior?
Sí, pero no tanto. En el sector sí que son conocidos, sin duda. Hace 15 o 20 años, todo era Rías Baixas y Albariño, y ahora, son los tintos y un poco Mencía, Godello, Valdeorras… Pero, obviamente, hay muchísimo vino en el mundo y hay que ser humilde, en el sentido de que no se para el mundo para hablar de vinos gallego. Pero claro que están ahí. Y debemos tener en cuenta que, aunque seamos una región donde se hace vino desde hace muchos años, somos muy nuevos en cuanto a comercialización y hay países que lo llevan haciendo mejor muchísimos años. Tenemos que seguir nuestro camino porque lo que no hay son atajos. Ahora, también es verdad que toda la información viaja a una velocidad sorprendente. Nada que ver, por ejemplo, con hace 30 años. Pero todo lleva su tiempo.
Ahora ha vuelto a Galicia como consultor.
Sí, principalmente estoy trabajando con Finca Míllara como consultor técnico. Cerré una etapa de más de 25 años fuera y siempre me apeteció trabajar como consultor, porque también creo que tengo cierta facilidad para ver un vino, interpretarlo y saber qué se puede hacer con él. Me pareció que era el momento de dedicarme a esto, de ayudar a mejorar cosas que ya están bien hechas pero, a lo mejor, necesitan un poco de atrevimiento o esa última vuelta de tuerca.
¿Qué le atrajo de Finca Míllara?
Lo principal fueron las personas, el grupo de gente que está detrás y que tiene la ambición sana de hacer un vino excepcional. Tienen un vino muy bueno y, con humildad y trabajo, me gustaría mejorarlo, si es posible. Tiene un viñedo precioso, una bodega muy bien equipada y esas ganas de excelencia y de buscar lo mejor de lo mejor. Y eso para mí es vivir un poco lo que viví con Caros Falcó. También estoy trabajando un poco en Portugal, en el Douro, que es, de alguna manera, un trabajo complementario y muy interesante. Y algún otro proyecto en La Mancha y en cosas que me llaman.
¿Qué tipo de vinos le gustan a Julio Mourelle?
Me gustan los vinos equilibrados, que sean armoniosos, que se sienta el terruño y que me cuenten una historia, aunque tengan algún defecto. Me gustan los vinos que se salen un poco del sota, caballo y rey de las denominaciones de origen que los encorsetan. Pero, al final, lo que buscas en un vino es que te conmueva, como la música.
¿Dónde se ve en el futuro?
En España, sin duda, y seguramente en Galicia. Me gusta involucrarme a fondo en los proyectos en los que colaboro y el viñedo es un trabajo del día a día.