La Bodega del Val Miñor, la única con denominación de origen de la zona, produce dos elogiados vinos que está comenzando a comercializarse sin fronteras. Todo en base al empeño Alberto, su propietario cuyos planes no entraba dedicarse a tan ardua labor no exenta de sinsabores. Él no se lo explica demasiado, aunque quizás el aroma de un antiguo almacén de Gondomar haya calado en sus genes. Importa mucho y, a la vez, no importa nada. El vino, que es lo que cuenta.
Un paréntesis antes del vino: Pentecostés, etimológicamente, proviene del griego y significa cinco decenas. Una festividad agrícola que las religiones judía y católica convirtieron después en fiestas propias, pero siempre relacionadas con el número 50: 50 días después de la Pascua del Cordero o de la Pascua de Resurrección.
Sirvamos el vino: “Si quieres hacer reír a dios, cuéntale tus planes”. Las palabras salen de la boca de Alberto Cabaco para explicar y explicarse la razón de que esté al mando de la Bodega Pentecostés, un paraíso vitivinícola en un paraíso geográfico como el Val Miñor cuya semilla data de 2015. Pero la certeza de que su primer destino no iba a ser esta labor no evita que siga haciendo planes con sus pazos, con sus viñedos, con sus vinos. O tal vez sean estos los que llaman y marcan la pauta. Él vino a hacer vino y el vino vino y lo hizo a él.
Con el respaldo de Jorge Marcote –“mi enólogo, ha sido para mí la persona más importante en este proyecto, con diferencia; el resto han sido todo líos y sinsabores”-, Alberto crea un universo en torno a los pazos Barreiro y Moldes: “En la vida creemos que vamos hacia un lado y al final acabamos en otro”. Se ha dicho a sí mismo cincuenta veces que, tal vez, no valga la pena. Pero es Petencostés.
El Pazo Barreiro en Gondomar fue el origen. En sus tierras se plantaron las vides, alrededor de un edificio que se viene abajo al no otorgarse los permisos para su remodelación. Por eso, en 2017 se unió al proyecto el Pazo de Moldes, más en lo alto que su hermano y, por lo tanto, vigilante. Allí fue donde en 2021 se estableció la bodega. “La cosecha de 2021 ya la hicimos allí. Sacamos un Albariño y un varietal, que lleva un 80% de Albariño y después algo de Caíño, Godello, Treixadura y Loureira”, narra. Medio centenar de problemas, uno tras uno, para crecer. Pero es Pentecostés.
Todos los sinsabores quedan tapados en boca por los caldos elaborados. El verdadero motivo de todos los planes: oír de la boca de los demás que gustan. “Son dos vinos muy diferentes, pese a que han salido de la misma finca, y hasta ahora sólo hemos escuchado cosas buenas. En la primera cosecha sacamos 10.000 botellas de Albariño y 4.000 de varietales. Y en esta segunda, aún está sin hacer el coupage pero creo que van a salir unas 20.000 botellas, la mitad de albariño y el resto de varietales”, narra. Podía ser otro reparto que no fuese el 50/50. Pero es Pentecostés.
Con el vino ya testado, toda difundirlo. Siempre marcando los pasos, siempre cumpliendo los planes. “Estamos arrancando con la comercialización del vino. En su mayoría se ha vendido aquí, pero también nos han comprado en Holanda, Irlanda, Filipinas y Canadá. Y también hemos enviado muestras a Estados Unidos”, reseña. Se podía detener uno aquí, pero por qué no venderlo a 50 países. Es Pentecostés.
El límite es el cielo. Porque los planes no se detienen. Bodegas Pentecostés ya tiene nombre propio y ahora toca crecer. “Mi idea es ampliar pero seguir en la misma línea en la que se plantó la primera finca”, reza. Y añade entre líneas: “Creo que quizás hagamos un Caíño 100%”. 50 veces siete se intentará si hace falta. 50 ideas, 50.000, 50 millones… Las precisa. Es Pentecostés.
El regusto en boca: Pentecostés nace del Pazo Barreiro, a la que se añadieron 30 fincas pequeñas más para junta 3,7 hectáreas de terreno, 3,5 de ellas destinadas a las viñas. El Pazo de Moldes coordina desde lo alto de Mañufe y en sus entrañas se elabora el vino. Un ecosistema perfecto para que dé sus frutos, favorecido por un microclima único, el primer y único viñedo con Denominación de Origen Rías Baixas de la comarca del Val Miñor. Un hogar nacido de los planes de xxx cuando dios varió los suyos. Afortunadamente para tantos paladares. Aunque, si uno hace memoria: “Mi abuelo había tenido un almacén de vinos en Gondomar”. El vino siempre se abre paso. Él vino a hacer vino y el vino vino y lo hizo a él.