La privilegiada localización geográfica de Israel a medio camino entre África y Asia (perteneciendo a esta última) ha sido testigo de las históricas migraciones entre pueblos y etnias, convirtiendo a Israel en uno de los más prolíficos enclaves culturales. Judíos, musulmanes y cristianos conviven en una frágil pero longeva armonía, haciendo del país el gran punto de convergencia de las religiones monoteístas.
Esta condición es más acusada en Jerusalén, donde la segregación por barrios en la Ciudad Vieja muestra un nutrido crisol cultural. Como si de una amalgama de agua y aceite se tratase, los barrios armenio, judío, musulmán y cristiano delimitan sus fronteras a través de la arquitectura, ajuares, colores y olores. Pasear por la Ciudad Vieja de Jerusalén es hacerlo por una conjugación histórica de Asia, África y Europa, lo que ineludiblemente se convierte en una experiencia de lo más estimulante.
Y es que uno de los pilares fundamentales de Israel, son los milenios de gestación tribal a los que ha estado sometido y que han sido plasmados en documentos tan antiguos como divulgados. Múltiples son las referencias a la Tierra Prometida en el Antiguo Testamento, en las que Yahvé garantiza a Abraham y a sus descendientes una tierra propia y fértil, donde las siete especies de la Tierra Prometida crecen y se desarrollan abundantemente: Trigo, Cebada, Uvas, Higos, Granadas, Olivas y Dátiles. Desde ese momento, al pueblo de Israel nunca más le faltará pan, cerveza, frutas y, como no podía ser de otro modo, vino y aceite.
Antes incluso de que Moisés se quedara a las puertas de ésta, los pobladores de la Tierra Prometida ya habían construido almazaras y lagares por todo Israel. Prueba de ello son los morteros para el prensado de aceitunas datados del 5.000 a.n.e. en Judea o los lagares rupestres de Nazareth con 4.000 años de historia que hemos podido visitar y que, paradójicamente, tienen una morfología y tipología de uso similar a los que encontramos en las comarcas de Monterrei y Ribeiro. Sin embargo aquí, algunos arqueólogos se empeñan en datarlos como bajomedievales y atribuirles una equivocada forma de funcionamiento, no distinguiendo si estaban destinados para la elaboración de vino blanco o tinto. Después de estar en ellos y estudiar su uso, nos cuesta creer que en Galicia mantuvimos un atraso tecnológico de 3500 años.
Con la expansión de la religión musulmana en el S. VII d.n.e. y la malinterpretación en muchas ocasiones del Corán, la industria del vino sufre un gran retroceso en la región convirtiéndose en un producto marginal. Tendremos que esperar hasta mediados del S. XX para empezar la gradual recuperación de lo que antaño fue un motor industrial.
Tras más de 60 años de trabajo diplomático, con dos Guerras Mundiales por el medio, el movimiento político conocido como sionismo, logra la independencia del Estado de Israel en 1948. El regreso a “casa” de judíos de todo el mundo nutrirá más si cabe, la riqueza cultural del país, occidentalizando las instituciones y modernizando el país. Aunque en el S. XIX ya hubo algunas plantaciones de viñedo (sobre todo por parte del Baron Edmond Benjamin James de Rothschild), será a partir de mediados del S. XX cuando el vino comience a tener cada vez mayor presencia en la región.
Sin embargo el cambio climático acaecido paulatinamente los últimos milenios, ha ido desertificando poco a poco todo el territorio, dificultando las plantaciones de frutales y vegetales. El ingenio y los avances científicos desarrollados en el país las últimas décadas han permitido el cultivo en zonas antaño impensables, dotando a Israel de los más excelsos conocimientos en ingeniería agrónoma.
A pesar de que la vitis vinífera es una planta que se adapta con cierta facilidad a cualquier medio, no es así en lo que a la producción de uva para vino se refiere. Todos esos conocimientos de ingeniería agrónoma se hacen patentes en los desérticos viñedos de Negev, donde las altas temperaturas diurnas y las bajas nocturnas, junto con la escasez de precipitaciones y baja humedad haría impensable a cualquier viticultor sensato plantar una cepa. El resultado son vinos con una personalidad especial otorgada principalmente por el entorno, ya que la ausencia de viñedos en la región durante más de un milenio, ha eliminado todo rastro de variedades ancestrales autóctonas.
Por ello, es tónica habitual en Israel encontrarnos variedades foráneas como la Shiraz o la Carignan alternándose con otras más continentales como la Riesling o la Chardonnay. Y es precisamente eso lo que hace destacable la existencia una variedad autóctona en Israel: Argaman. Una vinífera de reciente creación, obtenida tras cruzar en 1972 la Carignan y la Vinhão (Sousón), que muestra uno de sus mejores perfiles en la zona de Galilea.
Al ser Israel un país estrecho, las regiones vitivinícolas se distribuyen eminentemente de norte a sur siendo precisamente la zona de Galilea la más norteña, dividiéndose ésta a su vez en la Baja Galilea, la Alta Galilea y los Altos de Golán. Los mejores viñedos los encontraremos en las dos últimas subzonas, donde los suelos volcánicos ascienden desde los 400 m.s.n.m. hasta los 1.000 en la Alta Galilea e incluso hasta los 1.200 en los Altos del Golán. Esta última zona (más oriental), se ve especialmente favorecida por la fría brisa proveniente de las nevadas cumbres del Monte Hermon. Todas estas condiciones confieren a los vinos de Galilea una notable frescura y mineralidad difíciles de conseguir en otras regiones de Israel.
Si nos desplazamos hacia el sur, nos encontraremos con la región de Shomron, la tradicional zona de viñedo de Israel. Con suelos calizos y un clima templado, los vinos de esta región marcan el carácter más mediterráneo de Israel.
A unos kilómetros al sur de Tel Aviv se encuentra Samson. Al contrario que en el resto de regiones vitivinícolas de Israel, Samson no se corresponde con el término de una región geográfica, sino que adquiere el nombre del personaje bíblico, de quien se dice que frecuentaba la zona. Los suelos se tornan arenosos con la presencia de bastante caliza y el clima se mantiene mediterráneo: veranos calurosos y húmedos e inviernos suaves.
El este de Samson limita con los primeros viñedos de los Montes de Judea que discurren hasta las mismas puertas de Jerusalén. Aquí las condiciones ya se endurecen: cálidos días y frías noches custodian los suelos calcáreos que pueden ascender desde los 500 a los 1.000 m.s.n.m.
Pero donde realmente encontramos las condiciones más extremas es en Negev. El desierto que da nombre a los viñedos allí plantados tiene una pluviometría media de 150 mm. al año, por lo que el riego por goteo es imprescindible (como en casi todo Israel).
Toda esta diversidad de suelos y climatologías encuentran su máxima expresión en manos de los nuevos enólogos con formación internacional y que están tratando de expresar cada terruño y varietal en ocasiones de forma magistral. Prueba del exponencial crecimiento cualitativo de los vinos israelís es su cada vez más sonada presencia en los mercados internacionales compitiendo con otras regiones del nuevo mundo e incluso con los grandes viñedos de la Europa clásica.
Al no existir DD.OO. que regulen demarcaciones ni elaboraciones, son los elaboradores los responsables únicos de las calidades de sus vinos. Este sistema, por el que abogan últimamente algunos elaboradores en España, vaya usted a saber porqué, permite la coexistencia en el mercado de tres tipos de elaboradores. Por un lado están las “bodegas industriales” que mayoritariamente trabajan con uvas procedentes de diferentes zonas de producción y que elaboran vinos kosher (puro en hebreo) y no. Los vinos kosher, por motivos de control más o menos exhaustivos según el rabino que los certifica, tienen un sobre coste. Este singular control que comienza en el mosto y llega hasta el taponado, nadie que no sea observante de los 613 preceptos judíos, en ningún momento, puede entrar en contacto con el vino, ni siquiera el enólogo o el propietario de la bodega y en los casos más extremos no se pueden tocar ni los depósitos o las barricas que contengan vino con certificación kosher. La experiencia después de haber probado vinos kosher y no kosher de la misma bodega podemos concluir que no le aporta bondades organolépticas, otra cosa son espirituales, pero eso a nosotros dos nos queda muy lejano.
Un segundo grupo de elaboradores son las llamadas “bodegas boutique”. Pequeños elaboradores que se están asentando en zonas de tradición de producción vinícola y utilizan las uvas del entorno. Aquí las calidades varían, desde vinos con defectos de primero de enología, hasta vinos con marcada personalidad y alta calidad.
Por último están los pujantes “vinos de casa”, una simplificación de lo que sería un vino casero de cualquier zona de tradición vitícola, con la salvedad de que aquí generalmente se producen en las casas o pequeños locales en ciudades desvinculadas de la producción de uva. Estas pequeñas producciones están viviendo un boom similar al de la producción de cervezas artesanas en España elaborándose, al igual que éstas, con los kit de “hágalo usted mismo”. Hay que prestarles atención a estas numerosas marcas de escasas producciones, ya que son sorprendentes las calidades que algunos alcanzan.
El concurso Internacional Terravino nos ha mostrado las diferentes zonas y productores, pudiendo comprobar como un amplio surtido de vinos del país hebreo se tratan “de tú a tú” con otros de diversas procedencias: Alemania, Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Eslovaquia, España, Grecia, Italia, Macedonia, Portugal, República Checa, Serbia, Turquía, … En concursos como Terravino, donde se reúnen anualmente catadores de talla internacional como Pascual Herrera, Sergio Correa (delegado de la OIV) o el prestigioso Raúl Castellani (director técnico del concurso), es donde los vinos pueden demostrar su calidad técnica frente a otros y visualizar su existencia.