Bodega Santiago Ruíz

«Mi padre quería tener viña propia, consideraba que había que controlar la uva de la cepa a la copa, y así lo hemos hecho»

La entrevista a Rosa Ruiz transcurre al lado de la bodega, de alrededor de 1820, que su bisabuelo le dejó a su abuelo y éste a su padre, Santiago Ruiz, el hombre que muchos consideran el padre del Albariño. Para Rosa, él fue el verdadero innovador y el precursor de una empresa familiar que puso en marcha en los 80, cuando ya contaba con 70 años, y en la que con grandes dosis de empeño y una pasión sin límites convirtió en un referente de lo que hoy en día son los vinos de las Rías Baixas.  Rosa no sólo ha conseguido mantener vivo el legado de Santiago, sino que ha dado los pasos necesarios para que sus vinos sean conocidos, y muy apreciados, fuera de España.

 

La primera pregunta es obligada, ¿cómo les ha ido la vendimia de este año?

Muy bien, fue una vendimia buena, con una uva sanísima. A pesar de que el principio parecía que iba retrasada por el tiempo tan malo que tuvimos, finalmente no fue así porque agosto y septiembre fueron meses de calor. Fue una cosecha fantástica, con una uva que daba gusto verla. Y de cantidad, más o menos la que esperábamos, muy similar a la de otros años.

Imagino que creció entre viñedos. ¿Cómo son sus primeros recuerdos en relación con el vino?

Toda esto era de mi padre, que lo había recibido como herencia (se refiere a la casa de O Rosal) y la que está enfrente, que ya no es nuestra, era la casa familiar, donde pasábamos los veranos. Recuerdo muy bien aquellos veranos de dos o tres meses, el resto del año estábamos en Vigo. Aquí había muchas viñas que había plantado mi bisabuelo, éstas pasaron después a mi abuelo y posteriormente a mi padre, que hacía vino para consumir en casa y, sobre todo, para regalar. Como nosotras estábamos aquí en verano, siempre nos ponían a ayudar en la vendimia,  más que nada para que estuviéramos ocupadas, y a nosotras era algo que nos encantaba, era una fiesta. La verdad es que nunca pensamos que esto llegaría a ser una empresa, todo surgió casi por casualidad.

¿El amor por esta profesión le vino con el tiempo o siempre tuvo claro que esto era lo suyo?

Mi actividad no tenía nada que ver con el vino, mi madre, mis hermanas y yo teníamos una tienda de ropa en Vigo, estoy hablando de hace un montón de años, y posteriormente me fui a estudiar decoración. Lo del vino, como ya dije antes, surgió un poco por casualidad. Mi padre decidió montar una empresa en los años 80 y me pidió que la ayudara con los trámites burocráticos, con el papeleo, así que yo venía los fines de semana a echar una mano y de repente han pasado ya treinta y pico años.

¿Seguía viviendo en Vigo en ese momento?

Sí, pero mis padres ya se habían trasladado aquí porque cuando mi padre empezó con la empresa ya tenía más de 70 años, y el ir y venir a Vigo cada dos por tres era algo que mi madre llevaba fatal, así que decidieron quedarse. Y yo seguí sus pasos, era más cómodo, estaba aquí durante la semana e irme a Vigo los fines de semana. Al final me hice una casa aquí y ahora quiero quedarme para siempre.

A usted le ha tocado lidiar un papel difícil, conjugar la tradición familiar con los últimos avances, ¿ha sido muy complicado?

No, porque en realidad mi padre fue el responsable de la innovación de la bodega, fue él quien decidió dar el paso de los barriles de madera al acero inoxidable, algo que en aquellos años no era muy común y que muchos no entendieron, pensaban que estaba loco. Yo lo que hice fue seguir esa senda y aunque mi padre murió antes de que se inaugurase la bodega nueva, sí tuvo tiempo de ver que se seguían haciendo cosas, que la se iba modernizando cada vez más. 

Su padre decidió con más 70 años dedicarse al mundo del vino, eso tampoco es muy habitual, ¿qué fue lo que le llevó a tomar esa decisión?

Mi padre era un apasionado de todo, las cosas que hizo en su vida las hizo porque le apasionaban,  y el mundo del vino le enganchó. Cuando se jubiló decidió empezar a comercializar el vino, apoyado por las buenas críticas de los amigos que lo probaban. Y así empezó la bodega, como una pequeña empresa familiar, con cuatro depósitos de 3.000 litros. Además, mi padre era un hombre tenaz, viajaba a Madrid y a otras ciudades importantes con su botellita debajo del brazo y los conquistaba a todos. Hablamos de una época en la que los periodistas ya empezaban a hablar de los vinos de esta zona y por aquí pasó muchísima gente interesante que venía a ver a mi padre. 

De hecho, Santiago Ruiz, su padre, está considerado como el padre del Albariño

Sí, si no el primero, fue uno de los primeros que empezó e impulsó la variedad, era un enamorado de los vinos gallegos. Cuando él puso en marcha la empresa no había las bodegas grandes que hay ahora, y las cosas eran más complicadas. Este año hace 20 que murió pero su legado permanece vivo.

¿Su padre fue incorporando viñedo a los que ya había heredado de su bisabuelo?

Cuando empezamos a hacer más vino, como lo que teníamos no llegaba, le comprábamos uva a gente del Rosal, aunque mi padre siempre quiso tener más viña propia, se murió con esa idea,  de que la uva hay que cuidarla de la cepa hasta la copa. Y aunque la uva que comprábamos, tenía un seguimiento de nuestra enóloga, él hubiera preferido tenerla en propiedad, así que al final conseguimos comprar viñedo, no aquí, que era muy difícil, sino en Tomiño, y ya se hizo la bodega al lado.  También compramos uva a varios proveedores de allí cerca, que tienen la uva que nos gusta y que la cuidan mucho. 

¿Y qué tienen de Rosa Ruiz los vinos que salen ahora de la bodega?

Mucho cariño, sobre todo eso. Ahora tenemos una bodega nueva, al lado de la viña, y tenemos una enóloga muy buena, que siempre está investigando, poniendo en marcha cosas nuevas  y  eso es genial. Todos los que estamos involucrados en este proyecto compartimos ese cariño por las cosas bien hechas que tenía mi padre, porque un vino bueno es más que una uva buena.

¿Cuando murió su padre, no le asustó un poco el tener que abanderar el legado de Santiago Ruiz?

No, esto ya era una empresa grande y ya funcionaba perfectamente. Yo soy una parte más que aporta su granito de arena al buen trabajo de Luisa Freire y del resto de equipo. Nuestro objetivo es que los vinos que salgan de la bodega tengan el espíritu de Santiago Ruiz .

¿Y cómo tiene que ser ese espíritu?

Es algo difícil de expresar con palabras, pero a una persona que le guste el Santiago Ruiz sabe reconocer perfectamente ese espíritu.

¿Dónde están vendiendo sus vinos y qué producción tienen ahora mismo?

Estamos vendiendo mucho fuera, sobre todo en Estados Unidos, aunque también una buena parte de la producción se queda en las ciudades más importantes de España. Nuestra producción actual está en unas 250.000 botellas de Santiago Ruiz, del Rosa Ruiz tenemos menos producción. 

¿De qué forma les está afectando el cambio climático a sus viñedos?

Yo lo noto en que ahora se hacen las vendimias mucho antes. Cuando era pequeña, la vendimia empezaba sobre el 29 de septiembre y ahora la iniciamos cada vez un poco antes. Este año empezamos el 10 de septiembre, pero en 2017 empezamos el 23 de agosto. Y donde está la viña nuestra, en Tomiño, suben mucho las temperaturas  por eso siempre dicen que somos los primeros, pero la uva hay que recogerla cuando está, sea en agosto o en septiembre. 

¿Se plantean la posibilidad de sacar algún vino más?

Quién sabe. Luisa es una innovadora, estudia mucho, hace un montón de mezclas para probar, así que es algo que no descartamos. 

¿Qué le ha dado el mundo del vino a Rosa Ruiz?

Es un trabajo muy bonito, que me ha permitido conocer a mucha gente, a personas muy interesantes. Me ha dado muchas cosas, y todas buenas.

Los vinos que elaboraba su bisabuelo estaban recomendados por los médicos para “enfermos y convalecientes”. ¿A quién le recomendaría sus vinos actuales?

Ese fue un anuncio, todavía lo tenemos. Antes se hacían vinos tostados, muy dulces y beber eso seguro que hacía que se te levantase el ánimo inmediatamente (risas). El vino es bueno, siempre que se beba con moderación.