Entrevista con Duvi Gonzaléz, propietaria de Adega Dona Elisa

“Nunca pensamos en otro nombre para la bodega que no fuera el de mi abuela Elisa”

 

Duvi, Marino, Lorena y Rubén forman un tándem perfecto en Adega Dona Elisa, el proyecto que los primeros impulsaron en 2013 para homenajear a la mujer que da nombre y sentido a la bodega ubicada en el Ribeiro, la abuela Elisa.  La aventura empresarial que comenzó siendo un proyecto “para hacer algo que a Marino y a mí nos apasionara en nuestra jubilación” se convirtió en mucho más que eso gracias a dos vinos espectaculares que han conseguido numerosos galardones desde su salida al mercado. Y mientras disfrutan de ese éxito “inesperado por lo pronto que llegó” valoran ya una tercera elaboración que, sin duda, gustará a todos los incondicionales de la marca que son muy numerosos.

 

Crearon la bodega Dona Elisa en 2013, ¿por qué le pusieron el nombre de su abuela?

Quisimos homenajearla porque realmente ella fue la viticultora de la casa y nunca pensamos otro nombre para la bodega que no fuera el suyo. Por muchos motivos: porque en esta zona del Ribeiro, tanto hombres como mujeres siempre trabajaron la viña y en nuestra casa la que lo hizo y la que nos metió el gusanillo a todos fue mi abuela Elisa. Ella era realmente feliz en el viñedo. Mi abuelo había muerto joven, yo tenía 15 años cuando falleció, y la vida la compartimos con mi abuela. Ella fue la que me crió, porque mis padres eran emigrantes, y de ahí mi homenaje al ponerle su nombre a la bodega. Además, la mujer siempre fue muy menospreciada en el mundo laboral, por lo menos en aquellos años, y así también poníamos en valor el trabajo que hicieron tantas Elisas.

¿Qué fue lo que les decidió a montar su bodega?

Mi marido y yo siempre hemos sido muy aficionados al tema gastronómico, tanto al vino como a la comida. Y pensando en nuestra jubilación -en aquella época aún estábamos trabajando los dos en sectores muy estresantes y que nos absorbían mucho tiempo-, decidimos que era una buena idea el tema de la bodega. Teníamos una casa, el viñedo en muy buen estado, lo habíamos plantado todo de nuevo en 2004 y, en esa época, estaba en plena producción. Además, el vino que hacíamos para casa era muy apreciado por los amigos que lo probaban. Así que, pensando en dedicarnos en ese momento de nuestra vida a algo que realmente nos gustara, nos decidimos. Así fue que, en 2013, yo dejé la empresa y me volqué en el viñedo, mientras que mi marido siguió unos años más trabajando en la firma en la que estaba. Reconvertimos la bodega que tenía la casa, que también la reformamos, y buscamos un enólogo para hacer un vino espectacular y lanzarnos. La idea era que, si salía bien, genial, y si no, pues tampoco pasaba nada porque más que una salida laboral, lo planteamos como algo que nos gustaba, por amor a la tierra y por respetar esa herencia que habíamos recibido de la abuela.

Su bodega es una empresa familiar en la que también están sus hijos. ¿Era un sueño compartido?

Yo creo que sí porque, además, creo que tendremos la suerte de que uno de nuestros hijos, Rubén, el pequeño, continúe con este proyecto en un futuro. A nuestros dos hijos les hemos transmitido el amor por la viña.

Desde el primer momento que salieron al mercado, sus vinos fueron muy bien recibidos. ¿Se esperaban la buena acogida tan pronto, todas esas menciones y buenas críticas?

La verdad es que no. A ver, es cierto que todos los que tenemos una bodega o nos dedicamos a esto siempre queremos hacerlo lo mejor posible. Pero que en los 7 años que tienen de vida haya llegado donde está, no nos lo esperábamos. Siempre tienes la ilusión de que algún día pasara, pero tan de repente, de verdad que no. Creo que la suerte, el trabajo y el entusiasmo que le hemos puesto a la bodega desde el primer día nos han ayudado mucho. Y eso a pesar de que tenemos tan poca producción. Pero que el segundo año ya te den el premio al Mejor Vino del Ribeiro y a los tres años, el premio al Mejor Vino de Galicia de pequeñas bodegas… Te emociona y le da todo el sentido a la decisión que tomamos en 2013.

Sus vinos, tanto el blanco (Treixadura, Albariño y Godello) como el tinto (Caíño, Brancellao y Sousón), están elaborados con tres variedades autóctonas, ¿qué le aportan cada una de ellas?

Como todos sabemos, en el Ribeiro, la reina es la Treixadura. Es la que mejor se adapta al tipo de terreno y clima y es una uva que aporta mucho frescor, mientras que el Godello da untuosidad y el Albariño ese toque de acidez tan necesario. Creo que son tres uvas que se compensan muy bien. Lo que a una le puede faltar en un momento determinado, se lo aporta la otra. Apostamos por hacer un vino multivarietal porque tenemos la suerte de que aquí, en el Ribeiro, casi todo se da bien. Si encuentras la zona, el terreno y la orientación adecuadas, puedes tener distintas variedades y que se den bien. Así es como nació nuestro vino Canción de Elisa, que varía un poco de año en año. Incluso en la proporción de las tres uvas con las que lo elaboramos. Lo que le da, por otra parte, un toque diferente.

¿Y con el tinto?

También apostamos por tres variedades porque consideramos que, al igual que con el blanco, se compensan unas a otras. Una tiene más color, como es la Sousón; otra es más aromática, la Brancellao; y el Caíño reúne ambas características. Para nosotros, la misma importancia o más que las variedades, la tiene la tierra. La miramos mucho, que es algo que nos enseñó la abuela. Y teniendo eso, lo siguiente es que la uva traslade lo que queremos decir con nuestro vino.

¿Los primeros vinos que sacaron al mercado correspondían con el vino que realmente quería hacer?

Nuestro enólogo es Pablo Estévez y él fue quien, con la uva que nosotros le traíamos, dirigió el vino para conseguir lo que tenemos hoy. Lógicamente, al tener estas tres variedades, sabes que el tipo de vino va a ser fresco, equilibrado, con un punto de acidez, va a ser meloso… Lo sabes, pero que salga redondo es un tema que escapa a nuestra capacidad y por eso contamos con Pablo, que nos asesora para sacar el mejor provecho a cada una de las uvas que nosotros le aportamos.

¿Se han planteado sacar al mercado un tercer vino?

Bueno, es algo que no descartamos, porque siempre te pica el gusanillo. Nosotros somos como una pareja joven que empieza teniendo un hijo y, después, viene un segundo y no se cierra a tener un tercero. Si queremos crecer y ofrecer otros productos, evidentemente tendremos que sacar alguno más. No lo descartamos.

¿Cuántas botellas elaboran de blanco y tinto y dónde están vendiendo?

El 90% de nuestros vinos se venden en Galicia. Sobre todo, son muy apreciados en las rías gallegas y en grandes ciudades como Vigo, A Coruña, Sanxenxo… Más que nada porque hay gente que nos viene a la bodega, donde tenemos una pequeña sala de catas, y nos cuenta dónde lo probó.

¿Cómo les ha ido en la última vendimia?

Hemos tenido mucha suerte porque, a pesar de que este año ha sido muy complejo para el cuidado del viñedo, hubo una cosecha magnífica, tanto en calidad como en producción. Quizás es uno de los años en los que más litros vamos a elaborar y, tal vez, sea un vino menos alcohólico que otros años.

¿Fue muy dura la pandemia para la bodega?

Tengo que decir que para mí el trabajo en el viñedo fue la salvación. Mi psicólogo fueron las cepas. Salía de casa, abría el portal de la huerta y ya tenía mi viña. Y ahí no tenía mascarilla, ni veía a la gente apenada. Eso fue mi salvación. Me tenía tan entretenida que no me daba cuenta exactamente de lo que estaba pasando hasta que encendía el televisor por la noche. Hubo momentos en los que me acordaba mucho de la abuela Elisa, de cuando se iba a la viña, volvía de noche y decía que allí se olvidaba de todo, de los problemas, del tiempo… Por otra parte, donde sufrimos la pandemia fue en el tema de ventas, ya que en el Canal Horeca pasó lo que pasó y, claro, se vendió un 30% menos de lo que esperábamos porque los restaurantes estaban cerrados. Menos mal que aumentaron mucho las ventas a particulares y que nuestra producción es pequeñita.

¿La bodega se encuentra abierta al público?

Sí. A través de nuestras redes sociales y de nuestra web pueden ponerse en contacto con nosotros y planificamos las visitas. La gente que viene aprecia mucho la sala de catas. Nosotros siempre ofrecemos una copita de vino y tertulia a quien pasa por la puerta. Es un gesto que nos gusta tener y que no nos va a hacer ni más ricos, ni más pobres.