“No me ofrezcas ayuda, compra mis vinos”

El pasado miércoles un hombre entró en bodega y me preguntó si vendía vino… Nuestra bodega es muy pequeña y no tenemos capacidad para hacer visitas como tal ni tenemos tienda pero, por supuesto, si alguien entra por la puerta y quiere conocer el proyecto o llevarse una botella, le aclaramos la situación y le atendemos con la mejor de las sonrisas.

Este hombre, yo creo que algo despistado, me indicó que buscaba una botella de vino blanco para llevarse de vuelta a su casa fuera de Galicia. Adivinando que el paisano no sabía bien lo que quería, me fui directamente nuestro vino de Valle, digamos que nuestro vino de “casa”, el más económico. Una vez mostrada la botella, le expliqué las peculiaridades del vino, nuestra viticultura de poca intervención, nuestro trabajo en bodega y viña para conseguir vinos sabrosos sin adulterar, nuestra dedicación completa a nuestro trabajo… y le dije su precio. La respuesta del visitante fue que le “salía caro”.

El pasado miércoles, unas tres horas después de que un hombre entrase en bodega preguntando si vendía vino, una tormenta de granizo afectó, en menos de 15 minutos, la cosecha anual de 190 ha de viñedo en el Ribeiro del Avia. La cosecha de viticultores, de colleiteiros y adegas. Gente, al fin y al cabo, que vive de campo, que mantiene el campo, que mantienen vivo el rural. Ese rural al que todos recurrimos de forma romántica.

Cuando hablamos del rural recordamos los veranos infantiles, hablamos de  nuestros mejores años, de los sabores a huevos de casa y tomates del huerto. Pero hay otro rural, el que realmente hace el trabajo, el que no es tan romántico, pero que sí es la base de nuestra alimentación, el que mantiene los árboles que nos permiten respirar, las vacas y cerdos que nos dan la carne, las verduras y frutas, los cereales que hacen la harina y el pan que tanto nos gusta comer. Ese rural depende de la climatología y del granizo, de la tormenta, del sol y de la lluvia.  Y es muy distinto del rural al que al urbanita le gusta viajar para relajarse de la cuidad, aquel del que se queja si un gallo canta a las 6:00am o si  un tractor empieza a trabajar a las 8:00 y les molesta en su sueño ciudadano. Es un rural real, es un rural del día a día, de un trabajo duro y de mucho esfuerzo.

Volvamos al granizo. Esta inclemencia ha sido la última, de la que ahora todos hablamos, pero no debemos olvidar que a finales de Junio, otra granizada arruinó las viñas de San Fiz, en la Ribeira Sacra Chantadina. Ni que en el 2018 otra granizada destrozó el sueño de muchos vitivinicultores en Amandi, o el 2017, cuando una helada tardía machacó infinitas viñas a lo largo de Galicia, y principalmente en Monterrei, dejándola prácticamente sin producción.

Siempre hablamos del precio justo al productor, del expolio en las explotaciones agrarias pero, al final, vamos a comprar a esas grandes superficies en las que todo nos sale más barato, donde nuestra cesta de la compra nos permite comprar todo tipo de fusilerías a precio de ganga. Sabiendo, pero no queriendo ser conscientes, que esa compra hace que el ganadero venda por debajo de coste, que las vacas estén estabuladas, que los pollos estén sobrados de hormonas y que la huerta esté llena de pesticidas. Nos importa más nuestro bolsillo que nuestra salud, más que nuestro entorno, más que nuestro rural.

Hace poco, un amigo muy afectado por el granizo me dijo: “- No me ofrezcas ayuda, compra mis vinos”. Esa es la respuesta, nos nos engañemos.

Si queremos apoyar a esos agricultores afectados, si queremos apoyar al rural, al pequeño productor, al que mantiene vivo nuestro pueblo, nuestra cultura; compremos al productor, no al macrocomprador.

Al final, como siempre, es la ley de la demanda… Si buscamos y pagamos por el trabajo bien hecho, por la apuesta por la calidad y por la defensa del medio, podremos decir nosotros: ES EL MERCADO, AMIGOS

 

Iria Otero, enologa