Antonio Portela

¿Porque  vinos rosados en Galicia?

Desde que tengo conciencia vínica, con las primeras nociones sobre el vino de aquel curso pionero que dirigía Alfredo Álvarez (fundador de la asociación galega de sumilleres) con Luis Anxo impartiendo enologia y viticultura, nunca dejamos de plantearnos preguntas en la busca de una especie de verdad universal vitícola. Con el tiempo algunos fuimos aprendiendo a disfrutar destruyendo prejuicios, aprendiendo bebiendo, escuchando solo al vino, no lo que desde los altares alentaban los voceros y los escribas de los parámetros. Y el tiempo fue llenando nuestras copas de todos y cada uno de los tragos que proscribían, y nos emocionaron.

El relatorio de preguntas y el cargamento de dudas y juicios lapidarios asociados fue y es extensa. La más reciente, y por cierto la más rápida en diluirse como un azucarillo, fue la planteada con los “escumosos” galegos. Comprendo la desconfianza de los devotos del, para muchos, más elegante vino del mundo, sin embargo la perplejidad de otros era menos comprensible. Hacer juicios de valor sobre esas primeras experiencias, incluso sobre el sentido de algo, sin tener en cuenta las potencialidades de un territorio, unas variedades en un determinado suelo con un clima concreto, falto de una viticultura adecuada y la necesaria experiencia en su elaboración… necesita tiempo.

Pero hubo más preguntas, en estos tiempos ya ligadas a certezas sin discusión.

Se dudo de las variedades minorizadas, todos los que hayan participado alguna vez en paneles de cata oficiales para cualquiera de sus finalidades: concursos, declaración de añada, ferias, etc, recordaran la penalización que significaba la aparición por la copa de los tonos menos coloreados o de los aromas primarios que se escapaban del patrón mental establecido, de lo que se esperaba en esa época de aquellos vinos, como lo que mostraban algunos merenzaos y brancellaos que se colaban en ellas entre un mar de mencías. Hoy aquellos prejuicios desaparecieron, parece incluso que nunca existieron.

Hubo más preguntas, ahora olvidadas, que cuestionaban verdades consideradas en aquel tiempo indiscutibles, y que tampoco la etapa del vino denominada revolucionaria fue quien de darles respuesta. Aquella etapa, aún latente, en la que se buscaba gobernar el vino con la razón de la ciencia tecnológica… pero el instinto, el sentimiento, la creatividad, es incontenible donde reconoces un potencial. Este “delirio” de los buscadores, los que obviaron todas esas dudas, fue un beneficio para el vino en Galicia, porque lo tecnológico nos estaba llevando al cansancio, a la sucesión de vinos ya agotados, a una decadencia fría y aletargada. Todo lo contrario al entusiasmo y a la emoción.

El historial de dudas fue alargado: la “crianza” de los vinos tintos gallegos, el “paso por madera” del albariño, aún no se había podido sustituir su referencia por la de Rías Baixas, la longevidad de este y de los demás vinos blancos gallegos (“el albariño del año”) el pensamiento de que fuera de los límites geográficos oficiales de las denominaciones de origen no había posibilidades de elaborar vinos de “calidad” (Barbanza, Betanzos, Negueira, Morrazo…) La gran mayoría de consumidores repetían estos mantras cada vez que algún “visionario” les intentaba llenar los tres quintos de la copa con nuevos tragos. Pero todo lo que pudimos imaginar fue superado por la realidad que acabó asomando en nuestras copas.

Los territorios vitícolas en los que hubo una transmisión generacional de continuidad fueron y serán siempre más estables frente a las dudas y los prejuicios.

Comparada con la vertiginosa dinámica vitivinícola actual, en aquella época las transformaciones eran más lentas y predecibles. Era sencillo estar al día de lo que se movía, trasegaba, en las bodegas, conocer los diferentes vinos que podían llenar nuestras copas, incluso los que se estaban “cociendo” aún como proyectos en bodega. Ahora mismo la Galicia de los vinos no es una “célula de universalidade” sino que es un universo en si misma casi imposible de sondear en su totalidad.

Ya están disponibles en el mercado vinos rosados gallegos, pero ¿se atreven a aventurar los que están esperando en bodega para salir en breve o los que aún esperan completar su ciclo en la viña o los que están en la imaginación de algunos viticultores?

 

El vino rosado, y el clarete, son vinos con una historia y un apego tradicional en muchos territorios, a la manera del Palhete de diferentes regiones portuguesas, pero también tienen asociado cierta imagen de vino sin códigos, ni normas, que permite más “fantasías” con versiones más desenfadadas o fotogénicas, acordes con lo que suponen gusta al consumidor más joven, suposición en la que también incluyen a las consumidoras, así, en general. Su auge actual coincide con el aumento de calidad y autenticidad, motivada por una viticultura y una uva cultivada con esa vocación, y no como un vino de refugallos.

De forma contraria a bebidas que tuvieron la pretensión planificada de ser establecidas como modas, el vino rosado esta siendo elegido por los propios consumidores, no como fruto de una estrategia de los profesionales, y ello pese a haber sido un tipo de vino minusvalorado, incluso menospreciado, actitud que realmente lo que escondía era un gran desconocimiento del mismo.

 

Somos un país pequeño pero muy diverso, en suelos y microclimas, en valles con sus laderas y vertientes, en rías y ríos (mil) da beira do mar a la alta montaña, con una reconocida riqueza varietal… para que todo ello se vea reflejado no solo en los vinos sino también en sus diferentes tipos.