Beber Viticultura

Viticultor, viñateiro, vigneron, viticólogo, viticulturista. La viticultura te devuelve al comienzo, te devuelve la humildad que otras esferas hurtan.

La forja del bago de uva demanda libertad, concentración, sensibilidad, praxis, imaginación, silencio, comprensión, contemplación.

Al contrario que la cada día más maniatada y controlada sociedad, los vitivinicultores soltaron amarras, abrieron y recuperaron corredoiras, desaprendieron para vivir procesos más libertarios, donde no existen los dogmas ni las ortodoxias instauradas, ese armazón necesario para la permanencia y sucesión del sistema, el que absorbe millones de euros para sus aburridos vinos, avalados por los criterios de los organismos de la regularidad.

Así a todo laboramos sin perspectiva, liberados de preconceptos pero ausentes del saber de los ancestros, sabiduría de los devanceiros no legada, enterrada por las generaciones acomplejadas, aduladas por  tecnócratas.

Sabemos que la viña es todo, es ella quien define el vino, por mucho que se intente modificar, tapar o adornar. Hubo quién se sumo con devoción a las novedades revolucionarias de la moderna viticultura, transformadora de la morfología del paisaje, de la arquitectura del viñedo y de las relaciones sociales, económicas y laborales de las bisbarras vitivinícolas, lapidando modos de producción y sistemas de economía rural y lo que es peor de todo no mejorando el resultado. Frente a ello la meticulosa labor de recuperación de un territorio desde el respeto a la tierra y en la procura del vino perdido, devolviéndonos lo que decenios de degradación social e instauraciones sucesivas de culturas agrícolas agresivas tenían sepultado, ademas de llevarnos a un callejón sin salida. La labor de recuperación, en algunos casos de arqueología extrema, seguirá en una dura y en muchos casos infructuosa lucha frente al abandono, al envejecimiento, a la injusticia de los que recibieron unas terriñas que solo valoran por su posesión, y no por lo que significan para el territorio, para la conservación y mantenimiento del medio.

Recuperaciones todas ellas de artesanía vitícola, respetando el patrimonio agrícola y natural, volviendo a la naturalidad de su cultivo, integrado, biológico, vinculado a la dinámica de la tierra y del cielo.

Esta nueva ola de la viticultura galega, que no es la de la precisión del SIG ni de la teledetección, había arrancado tímidamente pero es ya una extensa realidad. Exploración, y reconquista, frenada por la propiedad de los viñedos, el abandono…

Dándose por sentado la irrecuperabilidad de los antiguos bancales de la Galicia central, arquitectura vitícola escondida por la extensión de las diferentes plagas de especies invasoras, testigo de los vinos de antaño de la mítica Ribadavía, una Atlántida vitícola que las desventuras por las que tiene pasado este país fue dilapidando a lo largo de los siglos, una civilización superior de vinos perdida

Trabajo duro pero imprescindible en un pais de miles de terriñas y parajes, cada uno con una personalidad merecedora de un vino que la transmita, donde la estandarización y los protocolos uniformadores deberían ser una excepción. Pais donde el viticultor debería ser la referencia, el receptor de las loas y agradecimientos y de todo tipo de apoyos. Los que muestran el paisaje de sus uvas. El carácter y la personalidad de un paisaje que se aleja y llega a desaparecer en las copas cuanto peor esté ubicado el viñedo, cuanto más se produzca, cuanto menos respetuosa sea la viticultura o cuanto más se manipule en la bodega.

Parece que ahora acreditamos en las palabras de los que desde reputadas plataformas capitalinas defienden lo que ya sabíamos: que la viticultura consciente, cuidadosa con la identidad y la vocación de un terroir, consciente de la experiencia empírica de la tradición al mismo tiempo que creativa e instintiva desde esa misma personalidad, esa viticultura es la que origina los mejores vinos, la que hace avanzar las regiones vitícolas, la que emociona, la que alimenta el espíritu, la que estimula, la única sin fecha de caducidad, inmune a las modas

Para los amantes del vino, consumidores que son impermeables a los prejuicios, con la alegría de beber sin arquetipos, de los paladares que ignoran los dogmas y, desde esa virginidad liberada de prejuicios, reconocen en cada trago la autenticidad y la sensación que da la sinceridad… en las etiquetas, en la bodega, en la viña, en las palabras que lo enseñan… como un alalá transparente que nos trae la terriña.

Esto demanda la inteligencia de los bebedores, que no es más que el sentido común aderezado con una experiencia in crescente, de beber vino, que nos haga discernir el escaparate vacio, los fuegos de artificio vacuos, las poses desvergonzadas…

Vamos dejando atrás modas y abrazando, bebiendo otras, casi sen darnos cuenta, enseñando una diferente sensorialidad placentera, olvidando prejuicios, emocionándonos con el pecado de los tragos que no pasan por los paneles de cata oficialistas, entrenados en el automatismo y la frialdad de una nariz electrónica.

El tiempo reluciente de los vinos que están vivos, con la palpitación de lo humano, entre cepas y viñedos buscados y repensados para la Emoción.