DESCENSO POR EL MOSELA, RÍO DE VINO

Si hay un río cuyo nombre está estrechamente vinculado a la producción de vino, ese es el Mosela. Las aguas de este modesto pero emblemático río, recorren tres países y riegan numerosos viñedos antes de alimentar al gran Rin. Aunque la mayor parte de sus 540 km. de longitud transcurren en suelo francés, su gran atractivo turístico se concentra en el Mosela alemán gracias al sinuoso trayecto, a su genuina arquitectura y a un paisaje vitivinícola único.

En este artículo, proponemos disfrutar del Mosela en toda su extensión y recorrerlo desde su cuna en Los Vosgos hasta su óbito en Coblenza. Antes de nada, es importante recalcar la relevancia histórica que los ríos han tenido en la producción de vino, ya que las carreteras de hace 2.000 años eran bastante deficientes y la mejor manera de transportar las frágiles ánforas o las robustas barricas siempre fue a través de ríos navegables. A principios del siglo III, el río Mosela ya tenía un llamativo trajín comercial como demuestra el Barco de Vino de Neumagen: uno de los elementos más icónicos del Rheinische Landesmuseum de Trier y del vino alemán. Datado del 200 n.e. y labrado en arenisca, esta coronación funeraria se utilizaba a menudo por parejas. La desproporción de los barriles de vino, muestra la importancia que éste tenía para el difunto y es un claro indicio de la exportación del vino local en la época. También en el año 370, el poeta latino Ausonius en su obra Mosella habla de cómo las lomas y los bancales inundados de vides flanqueaban el río en su serpenteante recorrido. A día de hoy el Mosela ha perdido gran parte de esa relevancia como autopista fluvial, pero sigue siendo importante a la hora de definir el estilo de sus vinos: atempera el frío norteño y reflecta la luz solar hacia los viñedos.

Los vinos de Mosela son vibrantes, frescos y con múltiples matices de los que cada zona se ha hecho baluarte. Empezamos el viaje donde comienza todo, en el macizo de los Vosgos.

FRANCIA, EL MOSELA DE VINOS GRISES

A más de 700 metros de altitud y alimentado por numerosos riachuelos, el Mosela nace oficialmente cerca del paso de Bussang y en su recorrido hacia el norte va engrosando su caudal. Durante más de 300 km recorrerá la antigua región de Lorraine antes de entrar en Luxemburgo (segunda parada de este viaje).

La etapa inicial de nuestro descenso se desarrollará en la primera Appellation d’Origine Contrôlée regada por las aguas del Mosela: AOC Côtes de Toul, en las proximidades de la ciudad de Nancy. A pesar de elaborar vinos blancos, rosados y tintos, esta zona se ha convertido en el epicentro de algunos de los mejores vinos grises de Francia. Estos vinos son el resultado de vinificar uvas tintas como si fuesen blancas (sin contacto con las pieles), obteniendo así vinos sin apenas color, con un ligero recuerdo grisáceo del que toman el nombre. Para ello se centran en las variedades Gamay y Pinot Noir acompañadas en ocasiones de las uvas Aubin, Auxerrois y Meunier.

Sin salir de la región y aproximándonos a Luxemburgo, tenemos la otra AOC de vino de Lorraine y homónima del río que la atraviesa: AOC Moselle. Al igual que sus vecinos de la Côtes de Toul, aquí también elaboran vinos grises (aunque no tan reconocidos como los anteriores) así como blancos, rosados y tintos. La impronta del Mosela en este territorio resulta en vinos frescos, desenfadados y que encajan a la perfección con la gastronomía regional como la emblemática Quiche Lorraine, sus fantásticos quesos (Munster Géromé, Carré de l’Est y el Brie de Meaux), su variopinta repostería (Macarons, Bergamotes) e incluso con la fruta reina de Lorraine: sus deliciosos Mirabelles.

 

LUXEMBURGO, TIERRA DE BURBUJAS

Seguimos nuestro descenso por el Mosela en el último tramo antes de que éste marque su deriva hacia el este. Sus apenas 40 km de recorrido en el Gran Ducado los comparte con Alemania, así que nos centraremos en su paso por la orilla izquierda. Aunque sus viñedos son menos reconocidos que los de sus vecinos franceses y ya no digamos los alemanes, Luxemburgo goza de la misma tradición ancestral en materia de viticultura, contando a día de hoy con 1.246 hectáreas de viñedo, 340 bodegas y produciendo anualmente más de 16 millones de botellas. Ya en 1935 implementaron la “Marque Nationale” para proteger la identidad y calidad de sus vinos aunque por conversión europea el sello que hoy en día certifica el origen de las botellas es el de la AOP Moselle Luxembourgeoise.

Aunque también producen vinos tintos y rosados, su producción no llega al 10% del total, por lo que el gran icono de los vinos de Luxemburgo son sin duda sus vinos blancos principalmente elaborados con las variedades Rivaner, Auxerrois, Pinot Blanc, Riesling, Elbling y Gewürztraminer. En este caso podemos encontrarlos en distintas versiones, desde los más secos hasta los semidulces y dulces Vendimia Tardía, Vino de Paja y Vino de Hielo. En cualquier caso, el producto más representativo y donde a menudo se encuentran las mayores calidades, es en los famosos “Crémant  de Luxembourg”.

Estos espumosos de segunda fermentación en botella son regulados en el país desde 1991 y suponen un 25% de toda su producción vitivinícola. Son tan importantes que algunas bodegas, centran todos sus esfuerzos en estas elaboraciones y en el Enoturismo (actividad cada vez más prolífica en Luxemburgo).

Dado el encaje que Luxemburgo tiene entre Francia, Alemania y Bélgica, este pequeño país se ha nutrido culturalmente de todas estas regiones y será un punto de encuentro gastronómico de lo más interesante, desde la francesa Quiche Lorraine hasta el Kniddelen de influencia germana. No obstante también posee sus propios platos tradicionales como el Bouneschlupp (una sopa de legumbres con acompañantes variopintos), el F’rell Am Rèisleck(trucha cocinada con vino del Mosela) o el aperitivo Gromperekichelcher (una especie de pastel de patata). Si la visita al país centroeuropeo se hace en temporada de caza menor (de octubre a diciembre), será relativamente fácil disfrutar del famoso Huesenziwwi, una liebre guisada en vino tinto y brandy.

Gran parte de estas elaboraciones se pueden disfrutar en restaurantes tradicionales como Um Dierfgen o Am Tiirmschen, ambos en la ciudad de Luxemburgo, o versiones más modernas y actualizadas como las que propone el restaurante Bistronome en Strassen.

ALEMANIA, VINOS BLANCOS ETERNOS

El tramo final del río Mosela, desciende mansamente por tierras germanas hasta su desembocadura en el Rin. Aunque también podemos encontrar interesantes vinos tintos y excelentes espumosos (denominados Sekt en este territorio aunque conviene no confundir los básicos gasificados con los elegantes Winzersekt), Mosela es sin duda tierra de blancos. Aquí la Riesling es la reina, suponiendo un 62,2% de todo el viñedo plantado y la podemos encontrar en todas las subzonas del Mosela alemán, desde Moseltor hasta Terrassenmosel, pasando por el Obermosel, Sarre, Ruwer y Mittelmosel (donde se concentra la mayor parte de bodegas y viñedos).

El suelo pizarroso es marca identitaria del territorio y conforma uno de los viñedos más impresionantes del mundo: escarpadas pendientes del 30% y hasta el 70% de inclinación. En algunas de las mejores orientaciones y en las añadas que así lo permiten, se pueden elaborar vinos legendarios dentro de la categoría Prädikat (vinos habitualmente dulces que no se pueden chaptalizar), siendo el Trockenbeerenauslese (TBA) el más preciado y complejo de toda la gama. Algunos productores del Mosela han alcanzado el estatus de leyenda como Egon Müller en cuyo viñedo Scharzhofberg, un caza americano fue derribado durante la Segunda Guerra Mundial y de donde procede uno de los vinos más caros del mundo: Egon Muller Scharzhofberger Riesling TBA, con precios que rondan los 5.000€ la media botella. Aunque en Alemania está permitida la adición de azúcar al mosto para elaborar vino, las bodegas pertenecientes a la asociación VDP tienen prohibida esta práctica, por lo que los vinos secos de este colectivo privado siempre son un valor seguro.

Siguiendo el descenso del río, siempre es recomendable hacer una parada en el imponente mirador del viñedo en anfiteatro Gold-Tropfchen, desde el que se puede disfrutar de uno de los meandros más fotografiados del Mosela, a la altura de Piesport. A pocos kilómetros, la parada en Bernkastel es cuasi obligatoria, su arquitectura y los viñedos que la abrazan son dignos de visitar. Una vez allí, podemos hacer parada en algunas de sus genuinas tabernas locales como el Café Thiesen o el Leckerbissen Restaurant Graacher Tor.

Descendiendo unos kilómetros hasta Zeltingen, el restaurante Brauhaus del Kloster Machern, ofrece unas vistas únicas del Mosela mientras se degustan los vinos regionales o las más genuinas cervezas artesanas de corte alemán. Sin salir de la ciudad, podríamos visitar la bodega Weingut Selbach Oster o seguir bajando hasta casi llegar a Coblenza para conocer a uno de los más prestigiosos viticultores de toda Alemania: Heymann-Löwenstein, en Winningen.

Desde que nace en Francia, el Mosela nos ofrece una riqueza de gastronomías y vinos tan diversos como apetecibles, una región difícil de abarcar pero en la que vale la pena sumergirse.

 

Luis & Alejandro Paadín