En Cepas y Vinos tuvimos la oportunidad de entrevistar a Domingo Villar y fue un placer. Desde la redacción, enviamos un abrazo a sus amigos y familiares. D.E.P.
“Es difícil encontrar un escenario mejor para una novela negra que Vigo”
Cuando hace unos años me regalaron “Ojos de agua”, la primera novela de un escritor llamado Domingo Villar, descubrí la agradable sensación de ubicar perfectamente cada uno de los escenarios descritos por el autor en esta trama criminal ambientada en Vigo. Esa circunstancia, extraña hasta entonces para mí, fiel lectora de Montalbán, Camilleri, Mankell o Nesbo, me ayudó a identificarme con Caldas, un policía tan melancólico como la lluvia que casi siempre le acompaña en sus investigaciones. Con Domingo Villar, inmerso estos días en su cuarta novela, hablamos en Cepas y Vinos sobre el protagonista de sus libros, pero también de vino, de fútbol y. cómo no, de su padre. Fallecido hace unos años, fue él quien inspiró el personaje del padre del policía y fue él quien arrancó una promesa a su hijo escritor: “Me prohibió matar al padre de Leo Caldas, así que tendré que hacerlo inmortal”. Si no han leído “Ojos de agua”, “La playa de los ahogados” o “El último barco”, no duden en hacerlo y si son de los que prefieren una serie a un libro, están de enhorabuena porque probablemente en 2022 ya puedan disfrutar de Leo Caldas y Javier Estévez en la pantalla de su televisor/ ordenador o teléfono.
Empezó estudiando Derecho, después se pasó a Ciencias Empresariales, pero se dedica a escribir novela negra. ¿Cómo llegó hasta ahí?
Bueno, me matriculé en Derecho, no me gustaba nada y empecé a estudiar Ciencias Empresariales, que tampoco me gustaba demasiado pero tenía un pase. Lo que siempre me gustó fue escribir y prueba de ello es que a ninguno de los profesores de Literatura que tuve en el Bachillerato le sorprende demasiado mi oficio. En mi casa tampoco se sorprendieron. Crecimos rodeados de libros y era algo que me latía por dentro. Creo que la gran diferencia de aquel entonces al momento actual es que ahora hay mucha gente que sabe que me dedico a escribir y antes sólo lo sabían los más próximos.
También ejerció de comentarista gastronómico y literario en varios programas de radio.
Sí, estuve seis años hablando de gastronomía en “Hoy por Hoy” en la Ser y cuatro años hablando de libros en Radio Nacional de España. Ahora sigo en la radio, en una tertulia futbolera en la que hablo del Celta.
¿Por qué eligió el género de novela negra, era lo que le gustaba como lector?
Soy bastante omnívoro en mis lecturas, pero es cierto que me gusta la novela negra. Además, entendí que escribiendo novela negra se podía hablar de un crimen pero también de muchas otras cosas. Que se podían hacer novelas cultas, novelas que emocionasen y novelas que describiesen cómo son las sociedades en las que se desarrolla el libro. Y una parte importante de la sociedad es su mesa, su cocina, su bodega… De manera que, al tratar Galicia en los libros, aunque sea con la excusa de una investigación policial, estoy retratando también las costumbres culinarias.
Así que también tiene algo de antropólogo
Bueno, toda la literatura tiene bastante de antropología. Aunque, a lo mejor, antropología es un término demasiado ambicioso, pero sí podemos hablar de retrato social.
Entre sus referentes están Camilleri o Vázquez Montalbán. Cuando escribió su primera novela, ¿tenía a alguno de estos autores en la cabeza?
Creo que lo fundamental cuando uno escribe o cuando se dedica a elaborar un vino es tener una voz narrativa propia y, en la medida de lo posible, que sea reconocible. Siempre he intentado mirar adentro y ser fiel a lo que me dictaba la cabeza y el corazón. Lo que sí es cierto es que hay una serie de autores que a mí me impulsan a escribir y me hacen decidirme a tomar este camino. Uno de ellos es Andrea Camilleri y otro, Manuel Vázquez Montalbán.
¿Cómo llegó Leo Caldas a su vida? ¿Se fue perfilando a medida que escribía la novela o ya tenía muy claro cómo iba a ser su protagonista antes de empezar?
Yo no creo en la esencia de los personajes literarios. No sé si hay algún colega que lo hace de otra manera. No creo que ninguno pensemos en una serie de dones que atribuyamos a un personaje y que luego escribamos acerca de esa personalidad definida que hemos construido previamente. En vez de la esencia, creo en la existencia. Creo que a medida que Leo Caldas o cualquier otro personaje habla, actúa, piensa, sueña… va creciendo, va tomando forma, va tomando cuerpo, tanto en mi cabeza como en la de los lectores.
No sé a usted, pero yo ya no me puedo imaginar a Leo Caldas sin ver a Carmelo Gómez. ¿Le pasa lo mismo?
No, a mí no. De hecho, de Leo Caldas no hay una descripción física, para que cada uno se lo imagine como quiera, afortunadamente. Yo tenía ese miedo, de sugestión, de pensar en Carmelo cuando pensase en Leo Caldas, pero no me ha pasado. El Caldas que navega por mi cabeza y que aparece en los libros sigue siendo un personaje independiente del que vi en la pantalla.
Leo Caldas es bastante melancólico. A mí me recuerda al personaje literario Kurt Wallander, aunque más joven. ¿Qué tiene este policía de Domingo Villar y al revés?
Puede ser. Henning Mankell es otro de los autores que me llevó a escribir novela negra. Creo que Caldas es más melancólico que yo, pero sí somos los dos nostálgicos, hemos nacido y crecido a orillas de la misma ría, los dos compartimos un padre bodeguero y también hemos trabajado con regularidad en un programa de radio. Pero él tiene una cualidad que creo que le define por encima de cualquier otra, que es la piedad, la compasión que siente por los que se ven afectados por un hecho criminal. Y resolviendo los casos, al final lo que está haciendo es traer paz a esa gente que tanto la demanda.
Y el padre de Leo Caldas ¿cuánto tiene del suyo propio?
La verdad es que mucho. De hecho, mi padre me tenía prohibido matar al de Leo Caldas, así que no me va a quedar más remedio que concederle la inmortalidad. La palabra es la palabra. Además, el padre de Caldas está tan orgulloso de su vino como lo estaba mi padre del suyo.
“El último barco” viene precedido de un texto anterior, que no se publicó, y una crisis personal. ¿Ha sido éste el libro que más le ha costado sacar adelante? Y no me refiero a su extensión
En tiempo sí, porque se demoró diez años con respecto al anterior. Creo que “costar” es una palabra poco adecuada en mi caso. Yo no me cambio por nadie, no hay nada que me guste más que escribir. Y no me cuesta, disfruto mucho haciéndolo y todos los meses y años que he pasado sumergido en el texto para mí han sido un viaje delicioso. No soy escritor cuando me hacen entrevistas o cuando aparezco en las fotos, soy escritor cuando estoy sentado en la mesa fabulando.
Hay una serie de personajes en el libro que, sin quererlo o no, tejen una estructura de apoyo a Caldas, sobre todo su padre y Rafa Estévez. ¿Es Estévez el Sancho Panza de Caldas?
Un poco, sí. Y, sobre todo, Estévez es un personaje que para mí es un as en la manga. Es foráneo, ha llegado a Galicia no se sabe muy bien por qué, pero da la sensación de que ha sido por una especie de castigo, y tiene la ventaja de que mira a su alrededor con ojos de recién llegado y es el que se sorprende por las costumbres locales. De tal forma que cuando él pregunta por las artes de pesca o por cómo se cuecen unos percebes, a la vez que los personajes se lo explican a él, yo se lo puedo explicar a los lectores sin necesidad de descripciones forzadas, sino con la naturalidad de un diálogo.
En “El último barco” utilizó a personas reales como personajes, ¿les pidió permiso o se encontraron con la sorpresa?
Bueno, en el caso de Miguel Vázquez y Ramón Casal, que son dos maestros de la Escuela de Artes y Oficios, hablé con ellos, les conté lo que estaba haciendo y me dieron manos libres para escribir lo que yo quisiera. Tuvieron una fe en mí que no sé cómo agradecer.
Además de Domingo Villar, en Vigo tenemos a otros grandes autores de novela negra como Pedro Feijóo, Ledicia Costas, Beto Luaces… ¿Se puede hablar de una novela negra viguesa?
Es difícil encontrar un escenario mejor para una novela negra que una ciudad portuaria, próxima a una frontera y con una orografía compleja como Vigo. Es una ciudad que se presta a ser escenario de una novela negra, por lo que no es extraño que hayamos coincidido tantos autores al mismo tiempo.
Lo que le diferencia de sus compañeros es lo poco activo que es en las redes sociales, ¿no le gustan?
No las entiendo bien y no estoy pendiente de ellas, prefiero leer un libro o escribir. Desde las editoriales me animan (en realidad me riñen) para que sea un poco más activo, pero me da la sensación de que son un poco palabras encadenadas. Entras cinco minutos y te quedas dos horas.
Creo que entrega al mismo tiempo en la editorial el texto en gallego y castellano, ¿en qué idioma escribe inicialmente?
Voy escribiendo capítulo a capítulo en los dos idiomas. No soy capaz de escribir nada demasiado extenso y, de hecho, mis novelas se componen de capítulos bastantes breves, así que los voy escribiendo en gallego y castellano a la vez. Generalmente, todas las descripciones y las evocaciones las escribo originalmente en gallego, ya que me hacen situarme en el lugar emocional en el que quiero estar cuando me pongo a escribir. Y, en general, la mayor parte de los diálogos arrancan en castellano, ya que vivo en Madrid, mi mujer no es gallega y mi vida discurre casi al 99% en castellano por lo que los me suenan más naturales.
En sus libros se describe con detalle los platos que come el protagonista. ¿A Leo Caldas le gusta lo mismo que a usted?
A Caldas le gusta comer lo que le gusta a Domingo Villar cuando está en Galicia. Quizás esa revolución que ha tenido lugar en la gastronomía española, y que ha llegado a la gallega, Caldas la ha recibido más de perfil y se sigue centrando en la comida más tradicional. Acude casi todos los días a comer al bar “El Puerto” y a tomarse un vino por las tardes al “Eligio” y creo que su fidelidad le impide adentrarse en caminos gastronómicos nuevos. Se encuentra cómodo allí, come bien y es lo que hace. En general, Leo Caldas está en los sitios en los que cualquiera me puede encontrar a mí cuando estoy de vuelta en mi ciudad.
Y en cuestión de vinos, ¿cuáles son los que más le gustan?
Me gusta el albariño, por supuesto, también los godellos y las aventuras con el tinto que están haciendo en Galicia un grupo de enólogos audaces como Cristina Mantilla o Xosé Lois Sebio, por nombrar a dos completamente distintos. Es gente que está comenzando una aventura nueva, con los sousones, por ejemplo, y pienso que ese trabajo nos va a llevar a sitios muy bonitos porque hay un espacio para que el vino gallego gane pujanza.
Antes me habló de la bodega de su padre, ¿siempre se dedicó al mundo del vino?
Bueno, mi padre, como el de Caldas, tuvo una afición un poco tardía. Mi padre y sus hermanos habían comprado una finca en la que en tiempos medievales se había hecho vino, aunque en el momento que la adquirieron lo que había era árboles frutales. Pero cuando entró en los sesenta, mi padre reconvirtió la finca, plantó viñas y en la bodega acabaron haciendo el primer vino sobre lías que se hizo en Galicia, que se llamaba Sanamaro. A mi padre le pasó algo parecido a lo que le sucedió a Andrea Camilleri, que es otro de mis ídolos, que empezó a escribir cuando tenía 74 años y se convirtió en el hecho literario más importante de Italia en ese momento. Mi padre, aunque de una forma más modesta, también encontró una vocación, un estímulo y un amor por un oficio un poco tarde. Y es curioso porque había estudiado ingeniería agrónoma, pero hasta que no fue mayor no encontró su vocación.
¿Ha heredado esa vocación?
La bodega se vendió hace años, pero me encantaba ese mundo. Aunque me gustaba más la viticultura que la vinicultura, prefería el campo a la bodega. Es curioso, en mi casa se produjo un proceso casi imperceptible cuando mi padre comenzó a pasar cada vez más tiempo en la finca y es que, poco a poco, dejó de hablarse de primavera, verano, otoño e invierno y empezó a hablarse de la poda, la purga, la floración o la vendimia. Las estaciones del vino pasaron a ser las fases del año. Realmente, fue una delicia acompañar a nuestro padre en esa aventura.
Siguiendo con la literatura, cuando publicó en 2006 “Ojos de agua”, ¿se esperaba este éxito?
En absoluto. La novela salió con una primera edición de 800 ejemplares en Siruela. Y en Galaxia, también por ahí, quizás algo menos. Yo no me lo esperaba, pero tampoco se lo esperaban las editoriales. Nadie tenía idea de cómo iba a funcionar y mucho menos pensaban que se iba a traducir a 20 idiomas y que se iban a vender 120.000 copias. Para mí cada traducción y cada reedición era una fiesta.
Después vino “La playa de los ahogados” y la película de ese libro. ¿Qué tal funcionó en la gran pantalla la historia de Leo Caldas?
No sé cómo se mide que una película funcione o no, pero si hablamos de número de espectadores, creo que la productora estaba razonablemente contenta. Lo que veo es que los libros se crean con la imaginación y en las películas uno sólo es espectador, no es creador. Y cuando alguien ha leído un libro, tiene que competir el recuerdo de su imaginación con la idea que tiene el director y eso no siempre es concordante. Y luego, “La playa de los ahogados” era una novela de casi 500 páginas que hubo que reducir, ya que el metraje convencional de una película obliga a dejar fuera todo lo que no sea la trama principal, que para mí no es lo que tiene más valor.
El mundo audiovisual ha cambiado mucho desde que se rodara “La playa de los ahogados”. Quizás una miniserie vaya más con Leo Caldas, ¿no?
Es posible, sí. Y creo que algo que está padeciendo la literatura es que muchos de nuestros lectores más fieles nos están poniendo los cuernos con las series de televisión, que permiten conocer a los personajes por dentro, que permiten un tempo más tranquilo, más parecido al ritmo literario, al tempo narrativo de las novelas. Creo que las series permiten que la literatura tenga una traducción más fiel ya que pueden mantener ese ritmo más pausado. He tenido bastantes propuestas y hay una en concreto que está cristalizando y, si todo va bien, en 2022 o 2023 habrá una serie de televisión con Caldas.
¿Cuándo disfrutaremos la cuarta novela de Leo Caldas?
Cuando esté. No quiero comprometerme con fechas. Estoy empezando a escribir. Tengo claro el universo en el que me quiero zambullir y también el caso policial y estoy empezando a escribir, despacio, a mi ritmo y disfrutando muchísimo. Empezar a escribir un libro es zarpar en un barco y a veces llegas a un puerto de destino, o te vas contra las piedras o te hundes al poco de partir. Es muy difícil hacer una predicción.
Vive en Madrid, ¿ha conseguido pasar un verano “tranquilo” en Galicia?
He estado nueve semanas en Galicia disfrutando una barbaridad de mis amigos, del vino y del mar. Ha sido un verano delicioso, a pesar del coronavirus.
Y, ya por último, antes me dijo que ahora participa en una tertulia radiofónica hablando del Celta. ¿Cómo ve al equipo este año?
Lo veo muy bien. Creo que nos va a dar muchas alegrías. Hay buena cosecha, buenos mimbres en casa y alguien al mando como Óscar García, que es un tipo que me gusta y me convence. Creo que el Celta va a estar bien este año.