Transitamos entre aromas y colores, villas y parajes, valles, laderas, costers, socalcos, bancales y patamares, bosques, matos de flores, sotobosques, matorrales, a la sombra de los frutales, alrededor de las leiras plantadas, con los cereales recién segados, entre ganados y rebaños, con el salitre en la piel pisando las hojas secas, envueltos en la humedad de las corredoiras, en las brétemas de la mañanciña esperando que los rayos del sol interrumpan el desarrollo de la cinerea, sacudiendo de las botas el polvo mineral del xisto fragmentado por encima de antiguos restos de caliza y el eterno granito, misturados con otros todavía más viejos de las cumbres volcánicas de Achinech, Benahore, Esero o Titerogakaet. Nunca limpio las botas después de una travesía, forman parte del albúm de recuerdos.
Viajamos desde el trópico con sus sabores aún en el retrogusto hasta Riad Jamil, jardín en el Magred, para pasar, en el camino del Oriente, por todos los zocos de Marraketh hasta Ma´rib, y seguir, de forma contraria que en nuestra terriña, mirando cara al amanecer. Después de limpiarnos las fosas nasales con el aire limpio y fresco del Karakorum y antes de buscar las islas de las especias más dulces, nos perdemos en las brumosas calles de aromas concentrados del Hindukush, camino del abrente donde un oriente más sutil y delicado nos espera.
Una orquesta natural que suena con las diferentes partituras que los paisajes componen, notas de trazos sutiles, pero de hondas pegadas que nos trasladan por los espacios de la memoria, donde los recuerdos se asoman, cargados de antiguos aromas gravados que nos devuelven conversaciones y encuentros, momentos tatuados en lo más profundo, paisajes, amigos, amores, sentimientos, sensaciones, sueños… emociones.
Deambulamos entre viejas cepas arrugadas y retorcidas sobre el poso de antiguas huellas transmitidas en cada trago con fuerza renovada, con la sabiduría y la profundidad que el tiempo decanta, a prueba de cambios climáticos y otro estrés, con la garantía de esencias y sabores de hondura insondable
Los devanceiros, aquellos que la tierra se dio sin modestia, sabían bien de dónde venimos y los caminos que se abrían en nuestras narices, siempre con la consciencia de lo que somos y el pensamiento Máis Alá.
Es probable que la emoción surja de una copa servida con el zumo fermentado de vides clonadas, uniformadas, descendientes de vides pasadas por el microscopio, de operatividad y resistencia comprobada, plantadas en las condiciones de un viñedo específico coma fría prótesis, amputadas de su memoria, pero resistentes a las enfermedades que el mismo cultivo de laboratorio tiene producido.
Sin duda una enzima convenientemente inoculada liberará esos magníficos aromas diseñados para alcanzar la pituitaria con la concentración necesaria, siempre después de ser provocados por la levadura seleccionada y apropiada para sus condiciones concretas de vinificación, seguidamente unos relucientes chips nos harán recordar el roble de Tronçais o quizás de Missouri.
El reflejo de la identidad en algunos vinos a veces tiene que atravesar demasiadas cortinas que terminan por ocultar su luz, esas huellas del origen, esa especie de DNI que define el carácter de los vinos: finos y elegantes o potentes y atléticos, robustos o sutiles… los recuerdos de su contorna (cultivos, bosques, flores, matorrales, mares, ríos …) ese cheiro que cada lar tiene de si mismo.
Con este escrito iniciaba en el 2006 mi travesía por la blogosfera del vino con “O viticólogo dos bagos” Retomo y traduzco este escrito de su original y lírico galaico para cerrar aquel ciclo, que de hecho ya había cerrado hace tiempo. El blog y sus escritos desaparecieron por algures al mismo tiempo que avanzaba la desconexión de otros ámbitos vitícolas que transité durante años. Ahora, desnudo de aquellos ropajes, entre cepas, también desnudas y simples, vacías de patrones y reglamentos, al margen, como un bago miúdo que vive su ciclo, liberto, en una viña asomada al océano o perdida en una ladera bajo una cumbre no profanada. Algo así como la resistencia viticulturista.
Antonio Portela