Diariamente recibimos señales de alerta sobre la influencia que las prácticas llevadas a cabo por las industrias, para adaptarse a la actividad y estilo de vida de una sociedad consumista en exceso, está influyendo negativamente sobre el clima. Las señales sobre el tan mencionado cambio climático las percibimos a diario en la descoordinación que existe entre la estación del año en la que nos encontramos y el clima. Inviernos templados, veranos lluviosos, heladas tardías, sequías…Estas anomalías afectan, en gran medida, a la agricultura y a distintos cultivos repercutiendo directamente en importantes cambios en la cantidad y, principalmente, en la calidad de las cosechas.
En el caso concreto del cultivo de la vid, el efecto del cambio climático es ya un hecho palpable. El incremento de la temperatura media está afectando a nuestras cepas. El ciclo fenológico se adelanta y las maduraciones son cada vez más tempranas. En condiciones normales, durante el proceso de maduración de la uva se van acumulando desde el envero, los azúcares, los compuestos fenólicos, los compuestos aromáticos de tipo varietal y, paralelamente, va disminuyendo el contenido ácido hasta llegar a un equilibrio entre los distintos componentes que asegure la calidad de la uva y determine la fecha óptima de vendimia.
Sin embargo, en los últimos años nos enfrentamos a veranos muy secos y de temperaturas medias muy elevadas, en algunos casos extremas, que conducen inevitablemente a maduraciones fisiológicas incompletas, consecuencia de un aumento de la concentración de azúcares debido a un proceso de deshidratación de las uvas. Estas elevadas temperaturas también afectan al metabolismo de los ácidos, produciéndose un descenso importante en la acidez, y un aumento en el pH por acumulación de potasio. En estas condiciones no es fácil alcanzar el equilibrio azúcar/acidez que condicionaría un adecuado punto óptimo de maduración tecnológica. Maduraciones irregulares influyen también negativamente en una buena expresión de la composición aromática y fenólica. De este modo, la uva se vendimia porque ha alcanzado un contenido en azúcares elevado o registra una importante disminución de la acidez, pero no ha completado su ciclo en lo que a compuestos fenólicos y aromáticos se refiere. En estas condiciones, el futuro a corto plazo se vislumbra hacia una pérdida de tipicidad en los vinos procedentes de variedades cultivadas en una determinada zona vitícola y que se emplea como seña de identidad y de argumento de calidad diferenciada. Bajo esta premisa, es necesaria la adecuación de los sistemas de cultivo. La reducción de la superficie foliar en relación a la tasa productiva, la utilización de portainjertos que retrasen la maduración, o podas tardías se configuran como técnicas que podrían paliar los efectos del cambio climático.
Otra alternativa frente a este fenómeno es la puesta en valor del uso de la diversidad varietal existente que pueda adaptarse mejor a estos cambios, en este sentido, variedades con ciclos fenológicos largos se verán favorecidas. La riqueza varietal en las distintas zonas vitícolas es enorme. En el caso concreto de Galicia, actualmente cuenta con 30 variedades de uva registradas para la elaboración de sus vinos en las 5 DDOO existentes. Muchas de estas variedades registradas son de cultivo minoritario y se han empleado en vinificaciones plurivarietales aportando distintos matices a las variedades principales de cada zona. Sin embargo, en la actualidad, también empujan fuerte en el mercado vinos de variedades ancestrales que han estado olvidadas durante mucho tiempo y que ahora las bodegas intentan recuperar en elaboraciones monovarietales. No todo vale, eso es cierto, y en la búsqueda de la diferenciación es necesario emplear variedades adaptadas a las nuevas circunstancias climáticas, que nos permitan elaborar vinos de calidad que mantengan sus características y vida útil durante más tiempo. Estas premisas se agrupan en torno a la variedad Loureira. Tradicionalmente las uvas de Loureira destacaban por un bajo contenido en azúcares, una elevada concentración de elevado ácido málico y una intensa aromaticidad fruto de un importante contenido en compuestos aromáticos varietales de tipo terpénico. Dicha variedad formaba parte de elaboraciones plurivarietales, principalmente mezclada con las variedades Treixadura en Ribeiro y Albariño en las subzonas del Rosal y del Condado do Tea, en la DO Rias Baixas. Sin embargo, consecuencia del cambio climático y, por tratarse de una variedad de ciclo largo, en fecha de maduración más temprana, el contenido en azúcares ha aumentado, se ha reducido considerablemente la acidez málica, mientras que sigue manteniendo una elevada aromaticidad, lo que la hace adecuada para emplear en elaboraciones monovarietales. Además de la Loureira, experiencias y ensayos con otras variedades ancestrales, blancas y tintas, hasta ahora relegadas a un segundo plano, permitirá hacer frente a esta nueva situación vitícola y enológica y seguir compitiendo en el mercado con vinos de máxima calidad.