En los últimos años vivimos rodeados de una sensación agobiante, a la par que real, de crisis. Continuamente intentamos apoyarnos en ella para justificar cualquier situación que nos rodea y la palabra crisis sale en toda conversación, con independencia del tema tratado. El mundo del vino no es ajeno a esta realidad y, desde su posición de producto “de no primera necesidad”, debe de luchar para mantener su consumo. Frente a la cómoda postura de tirar la toalla, las empresas hacen frente a esta difícil etapa tomando medidas que permitan un mayor acercamiento del vino al consumidor.
En busca de esta dinamización del sector enológico, las bodegas afrontan la elaboración de nuevos vinos monovarietales o de espumosos, empleando variedades de uva autóctonas desconocidas para el público general. Son productos que tienen una gran aceptación porque despiertan la curiosidad del consumidor que quiere probar nuevas sensaciones y ya empieza a estar saturado de la oferta tradicional.
Se respira una actitud innovadora y positiva en el sector enológico, buscando dar un giro completo al concepto tradicional. El diseño se asocia con la elaboración para que el vino que salga al mercado tenga, además de una elevada calidad, una imagen que inspire elegancia y nivel social. Es el momento de consumir para sentir satisfacción, de que el dinero gastado en una botella de vino se dé por bien empleado, en una palabra, que haya merecido la pena el gasto. Las bodegas son conscientes de esta realidad y buscan salir al mercado con una imagen llamativa pero elegante, de diseño moderno, pero que proyecte una idea de producto tradicional. No es el momento de frenarse y esperar a que pase esta etapa, sino que es ahora cuando tenemos que aprovechar para afianzarnos en el mercado. Hay que tener una actitud positiva para que esa actitud se refleje en nuestro vino y en aquel que lo consume.
El diseño impera tanto en la construcción de las nuevas bodegas, que se proyectan más con idea de lugares de disfrute que como zonas de elaboración, como en las botellas, etiquetas, estuches y cajas. Se persigue llegar a un consumidor cada vez más informado que debe de escoger, entre un sinfin de marcas, imágenes y tipos de vinos, el nuestro. Se busca que el nombre elegido sea lo suficientemente sonoro y atractivo para que despierte la curiosidad del consumidor y le invite a probarlo.
Existe un gran interés sobre el conocimiento de los distintos tipos de vino, las variedades de uva y las condiciones para su adecuado consumo. El bebedor de vino forma parte de su cultura y, cada vez más, sabe lo que le gusta y cómo describirlo con las palabras adecuadas. El consumidor aspira a recrearse con el consumo de cada botella. Ya no consume vino para beber sino para disfrutar. Quiere descubrirlo, valorarlo, conocer sus orígenes, las viñas de las que procede, la bodega, el entorno, en definitiva, quiere una mayor proximidad al producto.
Esta actitud positiva no va a permitirnos dejar de hablar de crisis pero, al menos, lo haremos saboreando un vino de calidad, con una imagen cuidada y en el que podremos encontrar en cada cosecha nuevos argumentos que nos harán disfrutar.